La ONU ha manifestado su preocupación por el futuro de la educación en los países. Hablan de una generación perdida, lo que se traducirá en un retroceso para la humanidad, en menos oportunidades y mayor pobreza para millones de seres humanos.
Costa Rica no es la excepción y si a esta advertencia sumamos la crisis económica que se avecina, tenemos suficientes razones para ocuparnos del tema y por aquellos cuyo incierto futuro está comprometido.
Si bien es cierto están de vuelta las clases presenciales, debemos garantizar que los estudiantes tendrán acceso a una formación con calidad y equidad. Es innegable que la cuarentena ha puesto en evidencia grandes vacíos, por lo que no es suficiente regresar a las aulas es necesario realizar un análisis profundo del sistema en su totalidad.
Sabemos que la educación virtual o en línea ha sido un valioso recurso del cual se ha echado mano, sin embargo, no estábamos preparados. Sin internet generalizada, “tablets”, preparación específica de los educadores y sin el apoyo en el hogar, miles de niños están quedando relegados; más aún, de acuerdo con estudios, el rendimiento de los afortunados que han podido continuar sus estudios a distancia, en general, no es el esperado.
Esta realidad obliga a conocer, analizar y comparar soluciones y resultados en otras latitudes. Existen variables que pueden influir en el estudiantado y su rendimiento como la cultura en que se ha formado, el acceso temprano a las tecnologías, el interés del alumno por el estudio, su disciplina, la infraestructura a su alance, así como el sano ambiente escolar. No menos importante es el apoyo que reciba en el hogar, el contenido, la metodología, los recursos didácticos y la retroalimentación del educador. Todo lo anterior hace posible que niños y jóvenes abracen sus estudios con disciplina, convicción e interés por su futuro o caigan en la indiferencia y el abandono de las aulas.
Conquistar la atención de los estudiantes no es tarea fácil; recuperar su interés por el estudio y desarrollar su potencial de aprendizaje es un desafío grande que obliga hacer una evaluación de nuestro sistema educativo y la capacidad real de enfrentar, en forma creativa y flexible, el momento que nos ha tocado vivir.
Además del liderazgo del MEP, es necesario contar con la participación activa de docentes, padres de familia e instituciones educativas y culturales comprometidos en poner en marcha estrategias que hagan del estudio una experiencia atractiva y retadora, que garantice que las oportunidades y la calidad de la educación sea igual para todos y de esta manera, mejorar nuestro ranquin internacional en materia educativa.
Nuestro nivel de escolaridad en primaria ha disminuido. Miles de estudiantes han desertado y si no logramos atraerlos al estudio, la cobertura seguirá disminuyendo en perjuicio de niños y jóvenes.
Antes de la pandemia ya teníamos fuertes rezagos y vacíos que comprometían no solo la calidad de nuestra educación, sino la formación integral de las nuevas generaciones. Dejamos a un lado el énfasis en la cívica y los buenos modales, se ha tolerado la mediocridad y la cultura del mínimo esfuerzo ha echado raíces, favoreciendo la cultura del “pobrecito”. El acoso escolar compite con el irrespeto, otras formas de violencia y el reto a la autoridad; evadir la responsabilidad atribuyendo a otros los yerros es una práctica que se ha extendido a todo nivel y el insulto y la descalificación es la forma de comunicación más común en las redes.
Toda reforma parte de esta realidad educativa que hemos descuidado y que hoy tenemos la oportunidad de enmendar, pues si bien en los últimos 10 años el presupuesto del MEP alcanzó el 7,4% del PIB, lo cual es extraordinario para un país en vías de desarrollo, lo cierto es que nuestro sistema se muestra rezagado, por ejemplo, el 93% de las escuelas públicas no ofrecen el currículo completo y en el informe del Estado de la Educación se señala que hay problemas en el proceso de formación e incorporación de los docentes.
El regreso a clases es solo el primer paso, necesitamos que las autoridades educativas evalúen hasta donde nuestro sistema es capaz de preparar a los jóvenes para enfrentar las demandas laborales del mundo post pandemia para luego comenzar a realizar las modificaciones pertinentes en los planes de estudio.
Dentro de estas reformas es necesario retomar la formación del estudiantado, definir los valores y principios por inculcar y encontrar el justo equilibrio entre enseñanza y aprendizaje que permitan que los muchachos desarrollen las habilidades necesarias para formarse en las carreras del futuro.
Ya no es suficiente devolver a los chicos a las aulas, debemos aceptar que todos tenemos la obligación de legar a las nuevas generaciones una formación integral que les permita asumir su ciudadanía con responsabilidad, que les enseñe a honrar nuestras tradiciones, defender nuestra democracia, proteger las instituciones sobre las cuales descansa nuestra nacionalidad, comprometerse con el bien común y hacer uso de sus mejores capacidades para construir un futuro de equidad y justicia para todos.