Es una alarma encendida en el tablero de control de la salud pública global
En su informe de 2023, Unicef señaló el preocupante aumento del sobrepeso y la obesidad en niños, niñas y adolescentes, con la región de América Latina y el Caribe entre las más afectadas.
Costa Rica lamentablemente no es la excepción y se encuentra en una posición de alerta: el 31,7% de la población entre 5 y 19 años presenta alguna de estas, lo que coloca al país como líder en esta subregión de América Central.
En respuesta, el Ministerio de Salud declaró vía decreto la obesidad crónica como una enfermedad de alta importancia para la salud pública. El documento establece plazos claros para garantizar el acceso a medicamentos y tratamientos, fijando un límite de dos años para disponer de fármacos y una hoja de ruta que a 2027 incluirá también la cobertura de cirugías en casos necesarios.
La normativa 44780-S contempla la elaboración de un instrumento técnico institucional para guiar el abordaje integral de este padecimiento, en el cual se deben definir las acciones necesarias en materia de diagnóstico, tratamiento, educación, control, rehabilitación y referencia de pacientes.
Este es un avance relevante, pero se debe subrayar que los esfuerzos por combatir la obesidad infantil deben ir más allá de las políticas sanitarias formales y apuntar a una estrategia integral centrada en la prevención desde las bases: la educación y la promoción de estilos de vida saludables en la infancia.
Esta enfermedad no es un fenómeno aislado ni producto de decisiones individuales, sino el reflejo de un entorno social que propicia hábitos de alimentación inadecuados y estilos de vida sedentarios.
En muchos hogares los alimentos ultraprocesados son opciones rápidas y accesibles, mientras que las saludables suelen ser percibidas como caras y difíciles de preparar.
Por otro lado, los niños y las niñas pasan cada vez más horas frente a las pantallas en lugar de estar en espacios de recreación activa.
Es urgente que el país promueva una cultura de actividad física desde los primeros años de vida.
La práctica regular de deporte no solo contribuye al control del peso, sino que también mejora la salud cardiovascular, reduce el estrés y fortalece los lazos sociales. Sin embargo, la falta de infraestructura deportiva accesible y de programas escolares adecuados limita las oportunidades de muchas familias para integrar estas prácticas en su rutina diaria. Las instituciones educativas desempeñan un papel crucial en la formación de hábitos saludables.
Los programas escolares deben reforzar la educación nutricional y ofrecer menús balanceados en los comedores estudiantiles.
Es fundamental fomentar la actividad física diaria a través de clases de educación física mejoradas y actividades extracurriculares.
Asimismo, las comunidades pueden contribuir, habilitando espacios recreativos seguros y accesibles.
Los parques, polideportivos y centros comunitarios bien equipados son herramientas esenciales para motivarlos a moverse y jugar al aire libre, reduciendo el tiempo que pasan en actividades sedentarias.
Combatir la obesidad infantil también requiere derribar las barreras de acceso a los alimentos saludables.
Es preocupante que las frutas, verduras y alimentos frescos sean percibidos como lujos en algunos hogares costarricenses.
La política pública debe fomentar iniciativas que acerquen los productos frescos a la mesa de las familias, mediante ferias del agricultor, incentivos para pequeños productores y campañas que promuevan el consumo local.