Washington. (AFP) – Los ataques suicidas que mataron a militares estadounidense y civiles afganos durante la desesperada evacuación de Afganistán bajo control talibán causaron otra víctima en Occidente: la presidencia de Joe Biden.
El mandatario demócrata llegó a la Casa Blanca prometiendo calma a nivel nacional y respeto por Estados Unidos a nivel internacional, luego de los traumáticos años del republicano Donald Trump.
Antes de la anunciada retirada militar de Afganistán el 31 de agosto, tras dos décadas de guerra, el mortal atentado en el aeropuerto de Kabul este jueves, que el grupo yihadista Estados Islámico (EI) se atribuyó, le plantea el enorme desafío de persuadir a la nación y a los aliados de Estados Unidos de que cualquiera de los dos objetivos sigue siendo alcanzable.
Biden se estaba recuperando del caos en Afganistán, donde el gobierno afgano que Washington respaldaba y el ejército creado por Estados Unidos desaparecieron casi de la noche a la mañana, dejando al puñado de tropas estadounidenses que quedaban, y a muchos miles de ciudadanos y aliados norteamericanos, a merced de los talibanes.
Trabajando día y noche durante los últimos días, su administración pensó que tal vez aún podría salir airosa del desastre.
Las evacuaciones por aire iban mucho mejor de lo previsto. El ejército de Estados Unidos estaba actuando a la perfección y los talibanes más o menos cumplían su parte del acuerdo de salida firmado en febrero de 2020 para la retirada, por el cual se comprometieron a no llevar a cabo ataques contra las tropas estadounidenses o de la OTAN.
Este jueves temprano en Washington, la Casa Blanca presentó con orgullo las últimas cifras notables: más de 95 mil personas fueron sacadas de Afganistán en vuelos seguros desde la caída de Kabul ante los talibanes el 15 de agosto.
Pero luego estallaron las bombas, murieron 12 estadounidenses y la presidencia de Biden, que apenas lleva siete meses, se vio sacudida hasta la médula.