Económica y socialmente no veníamos bien. Crecíamos lentamente; la pobreza estaba estancada; el desempleo, la informalidad, la desigualdad y el deterioro fiscal crecían. Nos cayó la pandemia y nos empobreció.
No nos sirve tratar de ignorar la realidad, ni enojarnos. Menos nos conviene enfrentarnos para sacar ventajas de corto plazo gracias al desprestigio de nuestros adversarios.
Ante la adversidad, como nuestros antepasados, más bien debemos recurrir a la solución costarricense: previsión y unión solidaria.
Para racionalmente plantear solución a la dura realidad debemos partir de reconocerla. Si definimos apropiadamente el problema nos será más fácil diseñar su solución. Pero contra esta actitud actúan nuestros diferentes intereses y prejuicios. Cada uno de nosotros ve lo que quiere ver, y distorsiona la realidad de acuerdo con sus propios sesgos. Muy a menudo las dificultades para ponernos de acuerdo surgen porque cada uno ve la realidad a su manera, ve su realidad, y está convencido de que es poseedor -cada uno- de toda la verdad.
Aceptamos los hechos y las ideas que se compaginan con los hechos y las ideas que ya tenemos. Preferimos lo falso simple que lo real complejo. Nos cuesta ver lo que nuestro grupo no cree. Creemos que los demás son tan o más incompetentes que nosotros. No vemos lo que puede ser nocivo para nuestros intereses egoístas. Estos y otros sesgos afectan nuestra apreciación de la realidad. Por eso debemos hacer un esfuerzo para razonar con humildad.
Si la realidad es que nos hemos empobrecido y que debemos superar este mal, es importante que nos pongamos de acuerdo en las medidas para lograrlo. Por eso, más que destruir propuestas, lo que nos conviene es mejorarlas.
En la condición en que estamos, el acuerdo con el FMI y su cumplimiento son necesarios para que el ajuste sea creíble, pueda realizarse gradualmente, y sea menos costoso.
Ese acuerdo necesita contar con 38 votos en la Asamblea Legislativa para el contrato con el FMI y para algunas de las leyes que lo hacen posible.
En aras del bien común, las señoras y los señores diputados están llamados a actuar constructivamente frente a una situación tan grave como la que enfrenta el país.
Por ejemplo, si la ley de Empleo Público que se tramita puede conducir a que los salarios de empleados actuales resulten bajos frente al salario único que para alguna posición se establezca, y la regla fiscal y otras normas para limitar el gasto impiden que gradualmente se vaya aumentando esos salarios más bajos, la solución no es ni impedir la aprobación de la ley, ni incurrir de inmediato en un gran gasto, ni aferrarse a que no se hagan cambios al proyecto. Se pueden flexibilizar para esos casos las normas que limitan el crecimiento de esos salarios para aumentarlos gradualmente durante un plazo razonable (¿4 años?) hasta que alcancen el salario único.
Adam Grant, un psicólogo organizacional de la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania, en su libro “Piensa otra vez”, señala: “Nuestros sesgos no solo nos impiden aplicar nuestra inteligencia. Ellos pueden distorsionarla y convertirla en un arma contraria a la verdad. Nos hacen encontrar razones para predicar nuestras creencias más extremadamente, para promover nuestros casos con mayor pasión y para cabalgar el maremoto de nuestro partido político”.
En bien del país, el Gobierno y los diputados, los grupos de interés y los ciudadanos, deberíamos extremar nuestra humildad, ser más reflexivos y buscar con mayor empeño soluciones constructivas.