Dos bolinchas negras y perfectas me miraban debajo de aquellas cejas blancas, tupidas y despeinadas. Esa mirada de Iñaki, mi perro Schnauzer que hace poco me dejó, acompañaba cada mañana mi café del desayuno. Estando triste o enferma tropezaba con su mirada y él brincaba a mi regazo o a mi pecho quedándose ahí sanando lo que estuviera roto: el corazón o el cuerpo. ¿Quién podría decirme que aquellos siete kilos de perro no experimentaban, al menos, el mismo amor que yo sentía por él?
No digo esto por el sesgo del vínculo que tenía con él; en mi práctica profesional lo he visto. He percibido en los animales la gratitud, la angustia, el temor, furia, estrés, la calma, el amor y la empatía. Esas emociones tan comunes para los seres humanos también están presentes en los animales, siendo los niveles de autoconsciencia de estas lo que los diferencia. Ya es hora de que por ley se reconozca lo obvio: los animales sienten.
La capacidad de sentir es la habilidad de sensibilidad física, emocional, de movimiento y de comportamiento voluntario. ¿Será que se quiere inventar el agua tibia al reconocer lo obvio?
El proyecto de ley 24482 “Reconocimiento de la capacidad de sentir de los animales y la armonización de su entorno con el de los seres humanos” busca dar mayor fuerza a la legislación nacional existente que brinda amparo y protección a los animales.
Habrá quien diga que ya existe normativa y que hay cosas más importantes que atender… ¿Qué puede ser más urgente que detener la violencia y aquellos actos que se normalizan engañándonos a creer que lo frecuente es normal o peor aún, aceptable? Si en los juzgados falta el asidero legal y se sigue dictando sentencias como si el ofendido fuera un objeto y no un ser sintiente, los agresores seguirán impunes y burlándose de una justicia que nunca llega, listos para escalar la violencia.
Como decía Schopenhauer: “La compasión por los animales está íntimamente ligada con la bondad de carácter, y se puede afirmar con seguridad que quien es cruel con los animales no puede ser una buena persona.”.
Mi mejor amigo canino se fue, pero me dejó su inspiración para crear consciencia de que todos los animales del mundo merecen ser tratados como él: con amor, con respeto y compasión. Luchaba contra el cáncer como yo, batalla que perdió. Si hubiera sido yo quien perdía la batalla, habría deseado que se garantizara que alguien cuidaría de él.
En un mundo tan necesitado de paz y de amor, debemos entender que ya no existe cabida para los golpes, la crueldad, el maltrato o la muerte ingrata de los animales. Los beneficios que los animales aportan a nuestras vidas son innumerables. Podríamos aprender muchísimo de ellos si tan solo entendiéramos que el ser humano solo es una especie más entre muchísimas que coexisten en este hogar llamado Tierra.
*Presidente Colegio Médicos Veterinarios de Costa Rica