Entre los insectos hay muchas criaturas con ‘supersentidos’, y la mosca es un ejemplo perfecto. El cuerpo de la mosca está cubierto de unos diminutos pelos, llamados setas, que se asocian a mecanorreceptores, sensores que perciben estímulos mecánicos, del mismo tipo que el oído o el tacto humanos.
Cuando la mosca siente una alteración local en alguno de sus receptores, por ejemplo, porque un ácaro parásito intenta alcanzarla, patea con velocidad y fuerza al invasor, deshaciéndose de él con un movimiento tan rápido como preciso.
Como es lógico, la reacción es mayor cuantos más receptores sean estimulados. Si todos lo son a la vez, significa que ha habido un cambio brusco y repentino en la presión atmosférica cercana a la mosca, probablemente producido por un objeto que se acerca, y que en su movimiento está desplazando aire.
Por esa razón resulta complicado acertar a una mosca con un objeto macizo, y, como curiosidad, este también es el motivo por el que los matamoscas tienen agujeros.
Al mover rápidamente la herramienta, el aire escapa por esos agujeros y no genera un área de altas presiones como generaría un cuerpo más macizo. Es la forma que los humanos hemos encontrado de burlar este ‘supersentido’ de la mosca.
El Tiburón pintarroja ocelada, posee un campo electromagnético suficientemente fuerte, que le permite escuchar el zumbido originado por la ionización del aire, este ‘supersentido’ permite a los elasmobránquios detectar los campos bioeléctricos débiles de presas y depredadores.
Para ello disponen de un órgano especializado, las ampollas de Lorenzini. Cada ampolla está formada por unos pequeños sacos llenos con un fluido gelatinoso, en cuyo fondo se encuentran células electrorreceptoras, y en el extremo opuesto, un poro que se abre al exterior. Estas ampollas se conectan entre sí formando una compleja red de canales que permiten al tiburón orientarse en función de la fuente de la señal bioeléctrica.
La Abeja melífera, tiene una visión limitada de la parte más roja del espectro, sin embargo, tienen receptores específicos, en otras palabras, tienen visión ultravioleta.
Las serpientes cuentan con unos órganos denominados fosetas loreales, situados en la cabeza, a medio camino entre las fosas nasales y los ojos, capaces de percibir la radiación infrarroja. Gracias a este ‘supersentido’ las serpientes generan una imagen mental térmica de cualquier organismo más caliente que el entorno.
Aunque no es muy útil para detectar a otras serpientes o a otros animales de sangre fría, les viene muy bien para detectar mamíferos y aves, que son de sangre caliente, y que pueden ser presas o depredadores potenciales.
El escarabajo de fuego tiene por costumbre depositar los huevos en la madera recién quemada; de hecho, solo en ese entorno pueden llegar a desarrollarse sus larvas. Es, por esta razón que es capaz de detectar el fuego a distancia.
Su capacidad se basa en la detección de moléculas presentes en el humo de la madera quemada. Es, por tanto, una expansión desmesurada del sentido del olfato.
Este escarabajo tiene en su antena receptores específicos para compuestos fenólicos, como el 2-metoxifenol, que se excitan ante una concentración sorprendentemente baja en el aire, incluso de unas pocas partes por mil millones.