Hoy más que nunca necesitamos sentirnos acompañados. Lo prioritario radica en cultivar el presente, activando los vínculos de la familia para desterrar y destronar de nuestro interior cualquier estado depresivo o de ansiedad, ante un abandono social que suele estar ligado a un futuro profesional incierto, de inseguridad y conflictos interesados, verdaderamente destructivos.
La situación no es fácil para nadie, cada amanecer son más los hogares destrozados, los hijos desarraigados, adolescentes y jóvenes perdidos y sin reglas, los niños carentes de padres existentes y los ancianos desatendidos. Ciertamente, a poco que nos adentremos en la realidad, veremos en nuestro propio entorno, gobernado por el maldito Don Dinero que todo lo divide y fragmenta, multitud de contiendas absurdas, de situaciones violentas que nos dejan una riada de resentimientos, odios y venganzas, de difícil curación.
Únicamente la pujanza de los linajes responsables, desde su capacidad de entrega y generosidad, pueden modificar esta crueldad que se ha injertado entre nosotros; y que, en ocasiones, supera el propio estado salvaje. De ahí, lo importante que es enseñar a amar para poder relacionarnos y convivir. Sin duda, nos falta esa capacidad de donación sincera para que podamos crecer en lo auténtico, despojados de este aluvión de falsedades, que nos trituran el propio pulso. Es inquietante el derrumbe de lo verídico, la opción de los egoísmos que vierten algunos poderes que todo lo pervierten y corrompen, el afán ideológico de gentes sin escrúpulos, la nula educación en valores de los sistemas educativos.
Sabemos que las circunstancias no son fáciles en ninguna parte del mundo, que requerimos de una creatividad más lúcida y comprensiva que impregne de vida toda existencia humana, pero esta acción transformadora parte de uno mismo, de la importancia de cultivar el amor verdadero entre análogos como principio de nuestros andares por aquí abajo.
Lo que no es de recibo es caminar endiosado, como si la vida fuese de uno solo, cuando realmente es para vivirla en comunidad, para poder crecerse humanamente desde lo diverso, incluidos los liderazgos femeninos también. Está visto que los países con mayor número de mujeres líderes políticas tienden a prestar mayor atención a cuestiones como la salud, la enseñanza, las infraestructuras y el fin de cualquier tipo de violencia.
Al fin y al cabo no es cuestión de género, sino de unión y de unidad, de reunirnos para buscar la mejor orientación y dar un paso al frente. Lo significativo radica en sobreponernos de estas inhumanas atmósferas y de las consecuencias que todo este ambiente nefasto viene originando en el astro y en sus moradores.
Lo que no pueden continuar entre nosotros son esos universalizados aires antisociales, que lo único que generan es amargura y desconfianza. Tal vez tengamos que ser un poco más comprensivos, para poder aceptar al otro como parte de este caminar, siempre en actitud de servicio, y también cuando actúa de un modo distinto al nuestro, robusteciendo nuestra nobleza, que es lo que en verdad suele allanarnos el camino, para la reconstrucción de horizontes truncados, lo que se requiere de la reconciliación de los pueblos afectados y el establecimiento de un sistema de justicia sólido, con órganos especiales para investigar y procesar los crímenes cometidos por las organizaciones terroristas, convirtiendo el planeta en un verdadero calvario.
Debiéramos saber, por nuestra propia historia biográfica, que solo el auténtico afecto vence la injustica. El espíritu armónico es una necesidad, porque este orbe no navega en quietud, sino en un sinfín de incertidumbres y guerras que nos dejan sin verbo. Necesitamos, pues, ese nervio amoroso para decir si al reencuentro entre culturas, igualmente para hacer familia y rehacer vidas perdidas. Otro de los grandes retos, en consecuencia, será derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo sincero y del abrazo continuo, para que triunfen el aprecio y la amistad.
La historia nos enseña que nuestras fuerzas, por sí mismas, son insuficientes. La multitud de crisis interconectadas dejan claro que no podemos perder el tiempo y que debemos lograr un espacio más fraterno, comenzando por un desarrollo más sostenible y unos ciudadanos responsables con la gestión restauradora. Indudablemente, la familia como parte del poema viviente de todo en común es fundamental; asimismo, la educación es la base de esa escucha global y sintonía con los derechos humanos y el mantenimiento de la concordia y la seguridad. No se pueden consentir esos ataques a gentes en formación y centros educativos, aparte de que contravienen la Carta de la ONU, el derecho internacional humanitario y la Declaración de Escuelas Seguras, nos deja una huella de maldades que apedrea el corazón de las gentes y las priva de la sonrisa.
Tampoco podemos continuar bajo el sollozo de las guerras, que todo lo anestesian de horrores. Precisamos ganar ese sosiego interior y verterlo sobre nuestros andares. Seguramente, entonces, nos daremos cuenta de que reclamamos conjugar la verdad como vestimenta de mirada y ser más equitativos, lo que nos exige estar en acción como clase obrera, para ocuparse por el avance colectivo, por el bien de todos y desde la clemencia de cada uno.
*Escritor