El miedo se ha instalado en Alajuelita. Las balaceras, los cuerpos tendidos en las calles y la angustia de los vecinos que ven como se arrancan vidas casi a diario han convertido a este cantón en una zona marcada por la inseguridad.
No se trata solo de un problema de crimen organizado o enfrentamientos entre grupos que disputan territorios, sino que es social, golpea a quienes viven y transitan por la comunidad, los que sienten que cada día la violencia se vuelve más cercana y la posibilidad de ser una víctima es cada vez más real.
Las intervenciones policiales, los operativos y la respuesta de las autoridades son acciones necesarias, pero insuficientes, se requiere ir más allá de la reacción inmediata. La delincuencia no se combate únicamente con patrullas y retenes, también con prevención, concepto que lamentablemente ha quedado relegado en el discurso sobre seguridad.
Las cifras hablan por sí solas: Alajuelita se ha convertido en uno de los cantones más violentos. La criminalidad crece y, con ella, la desesperanza de los ciudadanos, sin embargo, no basta con contar las víctimas, hay que preguntarse ¿qué se está haciendo para evitar que haya más?
En el pasado, la policía comunitaria representó un modelo exitoso de acercamiento entre la Fuerza Pública y la población. Los oficiales patrullaban las calles, conocían a la gente, se involucraban en la realidad de cada barrio y trabajaban en la construcción de confianza. Hoy esos esfuerzos han quedado relegados junto con la posibilidad de prevenir antes de que la violencia se imponga.
Asimismo, es urgente que el Estado invierta en infraestructura para el desarrollo de espacios recreativos y deportivos. No se trata de simples plazas o canchas, sino de lugares que ofrezcan alternativas reales a los jóvenes, que les brinden oportunidades para elegir un camino distinto al que ofrece la criminalidad.
En barrios donde estas situaciones y la falta de oportunidades son el pan de cada día, el ocio y el deporte pueden ser el mejor blindaje contra la delincuencia. Combatirla no solo depende de la Policía, la prevención debe nacer desde los hogares y las aulas.
Las familias y las escuelas tienen el poder de sembrar la semilla del respeto, la convivencia y el rechazo a la violencia como forma de vida, pero para que esto suceda es fundamental que los centros educativos cuenten con herramientas para educar en valores, las familias tengan acceso a oportunidades y la comunidad en su conjunto entienda que la seguridad es una tarea de todos.
Alajuelita no puede resignarse a ser un territorio donde la muerte se normaliza y el miedo es parte del día a día.
Es urgente que el Gobierno retome con fuerza el concepto de prevención, las autoridades locales impulsen programas de seguridad integral y la comunidad se involucre en la construcción de soluciones.
Combatir la violencia con más violencia solo perpetúa el problema. Prevenir, en cambio, abre la puerta a un futuro distinto, en que los jóvenes no crezcan rodeados de balas, sino de oportunidades.