Estamos dando pasos hacia una sociedad vulnerable que se asienta sobre una población desestructurada. En este contexto la idea es identificar y caracterizar los nuevos riesgos sociales que salen de este proceso, así como repensar aquellos que se encuentran enquistados.
Entendemos por “viejos riesgos sociales” aquellas fuerzas de carácter estructural que estrechan el campo de elección, de acción y de supervivencia. Los “nuevos riesgos sociales” son aquellos procesos que se están convirtiendo en duraderos o permanentes y que están consolidándose como determinantes para la supervivencia de los colectivos más vulnerables.
Riesgos que nos están empujando desde la convivencia hacia la coexistencia. Convivir es vivir juntos, relacionarse, reconocerse y respetarse. Coexistir es vivir sin vínculos, ignorarse o menospreciarse.
Los pilares sobre los que hemos caracterizado esta sociedad vulnerable han sido los siguientes: desequilibrio en la estructura demográfica (infecundidad, envejecimiento y cambios de modelos familiares), inseguridad en una sociedad necesitada de cuidados, incremento de la desigualdad social y desactivación de la democracia.
El primero de ellos, relacionado con la evolución de la estructura demográfica, se debe a tres relevantes acontecimientos ocurridos en las últimas décadas: el aumento de la esperanza de vida y la consiguiente longevidad, a los cambios en las pautas reproductivas y, por último, a modificaciones en las estructuras de los hogares y en la organización de las familias.
Cada uno de estos procesos ha conllevado cambios significativos en el modelo de sociedad. Han desafiado los sistemas de bienestar y cuidados, pero también los valores que sostenían a las familias y los roles de hombres y mujeres en la sociedad.
Otro de los acontecimientos enunciados es la longevidad, que, aun siendo una conquista social, aumenta la probabilidad de discapacidad y, por tanto, las necesidades de atención. El envejecimiento de la población refuerza a las generaciones de una familia ya que promociona los vínculos entre los parientes de distintos rangos etarios, pero también genera nuevas necesidades económicas en el ámbito de las pensiones.
El modelo económico que impera ha delegado la carga de la protección social sobre la familia, que se ha convertido en la principal responsable de la sostenibilidad de la vida. Aquí, en íntima conexión con los aspectos demográficos, se plantean en segundo lugar los riesgos asociados a las necesidades de cuidados.
Por último, la democracia tiene un valor intrínseco, un papel instrumental y una función constructiva. Por esa vía, los pobres y los vulnerables pueden hacer oír su voz. La democracia tiene una dimensión filosófica, un contenido económico y un fundamento sociológico. La contribución instrumental de la democracia es la de hacer posible que los ciudadanos sean escuchados y atendidos en sus necesidades y eso incluye las reivindicaciones económicas de los más pobres.
*Director Ejecutivo Asociación Salvemos el Río Pacuare