El año 2020, puso a prueba las capacidades adaptativas de nuestras empresas, organizaciones, familias, la institucionalidad pública en salud, educación, prestación de servicios públicos, conectividad, seguridad pública, gobernabilidad y gobernanza, entre otras. En el caso de las personas, puso a prueba su capacidad de manejo de las relaciones trabajo-ocio-familia, relaciones sociales y familiares.
Con la certeza de que en el futuro “nada será como antes” como han indicado los principales grupos de estudio del futuro a nivel mundial, el 2021 se nos presenta como el año del “gran reinicio” (es un concepto acuñado por el Foro Económico Mundial). En algunos casos será dando forma a cosas que debieron hacerse desde algún tiempo atrás y en otras será aprovechar las oportunidades que la disrupción vivida nos genera.
Esta transformación adaptativa ha puesto y seguirá poniendo a prueba una capacidad muy significativa de las organizaciones y personas del futuro: la capacidad de resiliencia. Esta capacidad está asociada con la forma en que las organizaciones y las personas se reinventan, cómo hacen para mantenerse vigentes con su propuesta de creación de valor, cómo adaptan sus sistemas, estructuras, cómo crean nuevos productos, innovan procesos y atraen nuevos clientes. En otras palabras, se pondrá a prueba la adaptabilidad organizacional. En el caso de las personas, la rigidez de los modelos mentales, como decía Peter Senge en la obra La Quinta Disciplina ante lo versátil, incierto, complejo y ambiguo (mundo VUCA como lo llaman algunos autores).
En futuros de alta incertidumbre, no sobrevivirán necesariamente las especies más fuertes bajo el concepto de Charles Darwin (países, empresas, instituciones, personas); sino las más resilientes; es decir las que no se aferran a muerte a sus modelos de gestión y están en constante investigación e innovación. Son organizaciones y personas para las cuales el cambio es la única constante.
¿Cómo prepararse entonces, para esos niveles de incertidumbre que vendrán? Una manera es anticipando los cambios que arribarán en el futuro. Pero ¿cómo hacer eso si nadie sabe a ciencia cierta lo que sucederá en el futuro? El propio Aristóteles decía que lo único que podía decirse del futuro es que “podría ser mejor, igual o peor que el pasado”. Albert Einstein decía que lo “único que sabemos del futuro es que llegará”.
Aquí es donde toma fuerza la necesidad de que las empresas, las personas, las instituciones y los países realicen ejercicios reflexivos sobre el futuro. Una forma sencilla pero efectiva de hacerlo es creando diferentes escenarios de futuros posibles. En estos escenarios, las conjeturas debidamente validadas por personas expertas irán creando futuros posibles bajo las peores condiciones y otros en donde los impactos y cambios previstos no serán tan catastróficos. De tal manera que si nos preparamos para un futuro muy severo y restrictivo y la evolución de las variables hacen que sea menos negativo, no tendremos mayor impacto; pero si no nos preparamos y se da de manera muy negativa, es probable que hasta nuestra existencia esté en riesgo.
Pensar colectivamente en futuros alternos (positivos, negativos, neutros) hará a las organizaciones autoevaluarse y contestar a la interrogante ¿qué tan preparados estamos para cambios disruptivos en el futuro?
Sin lugar a duda, el golpe y la lección más dura que nos ha dado el evento disruptivo que vivimos, es demostrarnos y volvernos a la realidad de que no tenemos el control sobre el futuro; y que por lo tanto, nuestra forma de relacionarnos con él debe ser distinta. En vez de considerar el futuro de manera lineal como lo hemos venido haciendo por años, la invitación es a pensar en futuros múltiples y actuar en concordancia con ello.
*Docente UNA/UCR
jc.mora.montero@gmail.com