Mañana 15 de octubre se cumplen 20 años del infame y grotesco espectáculo que el Presidente de la República, el Jefe del Ministerio Público y el Ministro de Seguridad montaron para recibirme en el aeropuerto, cuando voluntariamente renuncié al más alto cargo internacional ostentado por un ciudadano centroamericano y vine al país para dar la cara y someterme a los jueces.
Fue un regreso que sabía me conduciría a la cárcel, pues mi abogado había sido advertido de que se me detendría en el aeropuerto, cuando por solicitud mía había visitado al fiscal general Francisco Dall’Anese para anunciarle mi regreso y solicitar audiencia para rendir declaración ante la falsa acusación del imputado confeso Lobo.
Cuando el avión aterrizó en el Aeropuerto Juan Santamaría, suponía que sería esperado por la policía judicial a la salida de Migración.
No fue así. Me esposaron en la puerta del avión; me quisieron poner un chaleco antibalas; no permitieron que mi defensor estuviera presente como lo había solicitado; me detuvieron ilegalmente contra el mandato de una orden judicial; me hicieron bajar esposado con mis brazos en la espalda a la pista, para exhibirme ante las cámaras y toda la prensa cómodamente ubicada en una tarima ilegalmente montada para el acto en media pista; el avión fue enviado a una distinta puerta de desembarque para mejorar la exhibición de su presa; me hicieron subir a una “perrera” que habían llevado poco antes para cambiar los automóviles que primero habían movilizado para transportarme.
Me llevaron a velocidades excesivas en la cajuela de un pick-up que había sido transformado en perrera, sin ningún asidero para sostenerme por lo que me bamboleaba golpeándome contra sus paredes; se enardeció a la gente en mi contra dándome por condenado con las noticias que parcial e ilegalmente se había facilitado desde el Ministerio Público, con el encono reiterado de algunos medios de comunicación, con las declaraciones del Presidente y de políticos y con el testimonio de un delincuente confeso al que se trataba con guantes de seda y se transportaba cómoda y anónimamente en automóviles.
Me aturdía el ruido de motocicletas a alta velocidad, de sirenas y del helicóptero que sobrevolaba, ruido que llamaba a la multitud a insultarme al paso de la perrera; acarrearon un grupo de gente a las puertas de la cochera de los edificios de Tribunales de Justicia en Barrio González Lahmann para que golpearan la perrera en medio de los insultos más groseros en mi contra. Después me enteré de que desde los balcones de las propias oficinas judiciales los gritos no eran diferentes.
Fue una cuidadosa preparación de una escenografía y de un ambiente para mostrarme como culpable y condenado. A falta de pruebas, se trató de juzgarme mostrándome como culpable ante los ojos de mis compatriotas con ese cruel show que años después sería condenado por la Sala Constitucional en su resolución Nº 2006-17947 del 12 de diciembre de 2006 responsabilizando al Ministro de Seguridad Pública e indicando que las autoridades “permitieron infligir al amparado una exposición absolutamente innecesaria y desproporcionada, degradante de su condición de ser humano”.
Pero no lo lograron. En dos ocasiones y en la segunda tomando en consideración incluso la prueba que había sido declarada ilegítima, el Tribunal Penal de Apelación de Sentencias por unanimidad y con diferente integración declaró mi inocencia, la que fue luego ratificada por la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia.
Veinte años después agradezco a Dios la fuerza que a mi familia y a mí nos dio para soportar la larga y dura prueba y la paz que ha permitido en mi corazón tras perdonar a quienes tan injusta y cruelmente me persiguieron.
Veinte años después, en mí hay gratitud por la justicia recibida, a pesar de lo tardada y de las múltiples violaciones a mis derechos humanos que a lo largo de ese proceso sufrí.
Veinte años después es inmensa la gratitud para todas las personas, muchas incluso entonces para mí desconocidas, que me dieron su apoyo durante esa dura prueba.
*Expresidente de la República