Lo ocurrido en Venezuela ha desnudado las dos caras de la izquierda latinoamericana. Una, producto del apoyo electoral, sustentada en la votación de sus ciudadanos, y la otra engendrada en regímenes tiránicos y despiadados, donde el dictador lleva años usurpando elecciones vía fraudes, amparado al poder militar corrupto que cogobierna en el mar de gollerías y negocios asociados al trasiego de los psicotrópicos y las armas.
El falso juramento de Nicolás Maduro, este 10 de enero, visualizó esas evidentes posiciones encontradas. Depositó su mano sobre el libro sagrado de una religión en la que no cree, acompañado de los dos referentes de la represión y la tortura en nuestro continente, Ortega y Díaz Canel, socios incondicionales de la usurpación del poder. Fue una protesta pública a la conducción despótica y a la violación sistemática de los derechos humanos. Por otro lado, la ausencia, en esa farsa, de las izquierdas democráticas de Chile, Colombia, Brasil y Bolivia, nos brinda una luz de esperanza en el futuro de nuestra América Latina.
Nicolás Maduro está solo. Ni el sofisma ideológico que pretende vender ni el falso apoyo popular que otrora mercadeó lo podrán sostener. Quedó aislado, acompañado por dos tiranos cuyos países empobrecidos no son ayuda para nadie.
La trilogía decadente ya inició su pendiente cuesta abajo y el primero en derrumbarse será el recién juramentado. Sus socios no le perdonaron el encarcelamiento de opositores, el irrespeto al veredicto popular y su cogobierno con carteles cuestionados dentro y fuera del país. La historia es rica en ejemplos y Venezuela no será la excepción.