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Opinión

El Resucitado es nuestra Paz

Mons. José Rafael Quirós*

San Juan Pablo II dedicó el segundo domingo de Pascua a la Divina Misericordia con ocasión de la canonización de sor María Faustina Kowalska.

De esa misericordia infinita está cargada la página del Evangelio de san Juan (20, 19-31). En ella se narra que Jesús, después de la Resurrección, visitó a sus discípulos, atravesando las puertas cerradas de aquel recinto en el que se respiraba miedo e incertidumbre: “Los discípulos están encerrados en casa por miedo a los judíos (cf. Jn 20, 19). El miedo oprime el corazón e impide salir al encuentro de los demás, al encuentro de la vida. El Maestro ya no está. El recuerdo de su Pasión alimenta la incertidumbre. Pero Jesús ama a los suyos y está a punto de cumplir la promesa que había hecho durante la última Cena: «No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros» (Jn 14, 18) y esto lo dice también a nosotros, incluso en tiempos grises: «No os dejaré huérfanos».” (Benedicto XVI, 11 de marzo del 2012).

Jesús les muestra las señales de la pasión, hasta permitir al incrédulo Tomás que las toque y tocando las heridas del Señor, el discípulo incrédulo es sanado de su desconfianza llegando a exclamar: “¡Señor mío y Dios mío!”, y como Tomás, estamos llamados siempre a pasar de la incredulidad a la fe. Por eso se declara dichoso a todo aquel que accede a la fe por la predicación de los apóstoles que fueron testigos oculares de las obras del Resucitado.

La visita de Señor Resucitado no se limita a aquel espacio, sino que va más allá, para que todos podamos recibir el don de la paz y de la vida. La paz que Jesús trae es el don de la salvación que él había prometido durante su mensaje de despedida: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14, 27).

Será a sus discípulos que les corresponderá sembrar la fe y en consecuencia a nosotros también. Puesto que somos enviados a difundir esta novedad de una vida que no muere, con la certeza de que la presencia de Dios y de su amor vencen el pecado y la muerte. Jesús nos anima a hacer presencia, en su Nombre, allí donde las divisiones, enemistades, rencores, envidias e indiferencias distorsionen el verdadero sentido de la vida. 

Solo él, el Cordero degollado “que es digno de recibir poder y riqueza, sabiduría y fuerza, honor, gloria y alabanza” (Ap 5,12), puede dar sentido a la existencia y hacer que reemprendamos el camino, especialmente, el que está cansado y triste, el desconfiado y el que perdió su esperanza. Tengamos la certeza de que no estamos solos en la misión que se nos encomienda, y tenemos la capacidad para responder a todo.

 

 

*Arzobispo Metropolitano

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Lunes 17 Abril, 2023

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Mons. José Rafael Quirós*

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