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Opinión

La paz, el gran tesoro de Costa Rica en 200 años

Enrique Tovar

Con espesos aguaceros, densa neblina y aún en la mismísima oscuridad de la noche, es resplandeciente el sol de la paz de Costa Rica.
Viene a ser el gran rasgo característico de esta nación en la cintura de América, en un mundo que no cesa de tener conflictos armados.
Cierto, en este par de siglos se han vivido principalmente dos episodios bélicos desgarradores. Uno de ellos en defensa de Centroamérica, invadida por codiciosos aventureros, allá por 1856.
El otro corresponde a la Guerra Civil de 1948, de la que, sorprendentemente, en medio del luto, de odios entre hermanos, emergió la abolición del Ejército, erradicándose con ello las tentaciones de aplicar la fuerza castrense contra decisiones populares y democráticas.
¿Y cómo se ha ido forjando ese espíritu, esa vocación por la paz? Al respecto cabe mencionar el valioso aporte de patriotas que contribuyeron a fortalecer esa conducta, ese hábito, esa respiración colectiva. Juan Mora Fernández, el primer jefe de Estado, mentor cívico de la sana convivencia; Juan Rafael Mora Porras, el prócer que frenó a los invasores de Centroamérica; José Figueres Ferrer, quien renunció a las armas recién acabado un brevísimo conflicto bélico y se retiró de la jefatura del país para que la ocupara quien había sido el triunfador en las urnas, y Óscar Arias Sánchez, quien impidió, con una propuesta en desigual apuesta con el Presidente de Estados Unidos, que el Istmo se incendiara con un conflicto armado, el cual hubiese tenido nefastas repercusiones para nuestro país.
Indudablemente, el principal actor o forjador de este espíritu de paz es nuestro pueblo, que lo vive, lo manifiesta y lo reafirma todos los días.
Hay que reconocer que en estos dos siglos hubo cuartelazos, amaneceres con ruido de sables, asonadas castrenses, presidentes depuestos, amagos de insurrecciones abortados prácticamente al mismo momento de nacer, aventurillas de cabezas calientes, que nunca han de faltar.
Oportuno es resaltar que Costa Rica, dichosamente, no sabe lo que es una dictadura desde hace más de un siglo. La estabilidad política es su atmósfera natural.
Pero, ¿nació ese espíritu pacifista hace dos centurias? Pues no. Pareciera que ese destino manifiesto emergió desde la llegada de los españoles. Ya con Juan Vázquez de Coronado se tuvo una persona cordial, respetuosa con los aborígenes, especialmente si su acción se compara con las tropelías que hispanos cometieron en otras latitudes.
También, hay un par de figuras a quienes los indígenas amaron sobremanera. Podría decirse que con esos personajes se da el paso primigenio, el arranque matinal de una forma de ser, de un carácter, de un modo distintivo, civilizado y muy arraigado en el costarricense. Se trata de los religiosos Pedro de Bentazos y Juan Estrada Rávago, ambos de dulce trato, de buena química con los nativos. Esa relación vino a ser la primera semilla del espíritu pacifista de los habitantes de este territorio que se conoce como Costa Rica.
Si ama la paz, vive en paz y promueve la paz, es costarricense. Y si es costarricense… ama la paz, vive en paz y promueve la paz. Ese es nuestro ADN, nuestra esencia genética. Esa es nuestra cédula de identidad, nuestro pasaporte por el mundo y a través del tiempo. Un destino manifiesto, una forma de ser que lleva ya más de cuatro siglos y que se ha afianzado, como la más preciada joya, en estos 200 años de Independencia.

*Periodista

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Viernes 17 Septiembre, 2021

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Enrique Tovar*

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