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Opinión

Ser o no ser una mipyme, ese es el dilema

EDITORIAL

Es justo destacar la voluntad de los emprendedores y los grandes esfuerzos que realizan las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) para posicionar bienes y servicios, generar empleo y distribuir la riqueza.

Estos emprendimientos representan más de la mitad de los puestos de trabajo formales en el mundo y brindan soluciones eficaces a cuestiones fundamentales del desarrollo como servicios de salud y educación, acceso a energía limpia y agua potable.

Sin embargo en nuestro país el desarrollo de las mipymes se ve entorpecido por la burocracia, el exceso de trámites, la falta de financiamiento, capacitación y asesoría técnica, y con ello las oportunidades se reducen en el mercado.

El 80% de las micro, pequeñas y medianas empresas que se constituyen en nuestro país apenas alcanza una vida que supera los tres años; es decir, muere en poco tiempo. 

El 20% restante se mantiene por un lapso mayor, pero eso no indica que logre el éxito. Las posibilidades de sobrevivir son limitadas en un mercado que se torna cada vez más competitivo. 

En pocas palabras, las mipymes nacionales enfrentan un gran dilema, pues pese al entusiasmo de quien decide emprender una idea de negocio, existen factores internos que impiden el pleno desarrollo, aunado a la falta de recursos disponibles.

Desde hace varias décadas los gobiernos intentan que la economía nacional se reactive con nuevas iniciativas y apuntan a que estos proyectos productivos serían también una de las soluciones para el desempleo.

Aducen que muchas instituciones y entes públicos, así como organizaciones no gubernamentales y empresas privadas, poseen alternativas financieras para los emprendedores. 

Pero ¿qué sucede con todo ese capital? Hablamos no solo del monetario, sino también del humano y el tecnológico. La verdad es que no está al alcance de aquellos que realmente lo ocupan. 

Se puede decir que la mayoría de las personas que se lanzan a los negocios lo hace primeramente para subsistir, y eso no está mal, pero bajo tal premisa la situación no avanza del todo bien.

Es obvio que dar el primer paso para constituir una empresa proviene de la falta de oportunidades en el mercado o bien de un afán de independencia, pero esto fatídicamente se suma a la carencia de preparación y el inexistente acompañamiento de los operadores financieros y organizaciones que promueven a las mipymes.

Pueden existir miles de millones de colones para destinarlos a los pequeños y medianos empresarios, pero pocos frutos darán si no se ajustan las políticas de apoyo y asistencia.

Está claro, una mujer que desea sacar a su familia adelante puede recibir ¢1 millón para comprar un horno o una máquina de coser (pues parece que eso es lo único que se fomenta), poner un letrero afuera de la casa y comprar materias primas para arrancar ese negocio.

Sin embargo nunca en su vida ha recibido una capacitación sobre manejo de dineros, administración de empresas, inversión, hablemos de utilidades versus ganancias, y otros temas de vital importancia para no morir en el intento. 

Cuando eso sucede surge una disyuntiva más grande, o se compra la comida de la familia y se paga el alquiler, por lo cual nació esa pequeña empresa, o se cumple con las obligaciones del préstamo. En ese momento el caos sobreviene.

Un aspecto que debería corregirse cuando se invita a los ciudadanos a convertirse en sus propios jefes es el esquema de negocios y no se hace referencia a exportar a los mayores mercados, sino tan solo acomodarse en el nacional. La variedad debe prevalecer.

No es posible que se siga fomentando a los grupos más vulnerables como son las mujeres a seguir operando bajo el patrón de hacer repostería, coser, hacer manualidades y poner una soda o un salón de belleza. Existen en este país entidades como el Instituto Nacional de Aprendizaje y el Instituto Nacional de las Mujeres, para mencionar un par, que deben salirse del esquema y aventurarse a ofrecer mejores opciones, las que necesita el país.

Sucede lo mismo con los jóvenes, salen del colegio con grandes ideas, van a la universidad y se gradúan, pero no hay trabajo. Entonces deciden en esa edad de pensamientos positivos y crecientes montar una empresa, pero topan con una muralla, nadie les dará un cinco.

En nuestro país nadie financia ideas, el riesgo para los operadores financieros paraliza hasta el proyecto más exitoso.

Solo ocurre una situación, muchos de ellos engrosarán las listas de los desempleados o tendrán que laborar en sectores donde jamás explotarán sus capacidades.

Si Costa Rica necesita salir adelante, pues las empresas públicas y privadas ya establecidas no dan abasto, ¿entonces por qué no se corrigen o reinventan las alternativas de impulso a las mipymes?

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Martes 16 Julio, 2019

HORA: 12:00 AM

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