Un reencuentro con Carlos Gagini
Juan Ramón Rojas*
Hurgando entre mis libros viejos me apareció Al través de mi vida, una edición de la Editorial Costa Rica de 1976. Son las memorias, publicadas de manera póstuma, de Carlos Gagini (1865-1925), uno de los intelectuales más multifacéticos y distinguidos que ha producido Costa Rica. Fue un deleite leerlo. Digo leerlo, porque no recordaba haberlo hecho y si lo hice fue hace tantos lustros que no guardaba huellas en mi memoria.
En su autobiografía, Gagini relata recuerdos de su infancia, su adolescencia, su vida de docente y su visión política de aquellos tiempos ya lejanos, de finales del XIX y comienzos del XX. Curiosamente, no habla de su creación literaria, que fue abundante. Sus obras más conocidas: Chamarasca (cuento, 1898) El árbol enfermo (novela, 1918), Diccionario de costarriqueñismos (1918) y La caída del águila (novela, 1920). Esta última puede leerse como la primera novela de ciencia ficción publicada en Costa Rica. Pero además de estas, dejó una extensa producción en cuento, teatro y ensayo, junto con su vasta labor como docente.
Fue director del Instituto de Alajuela, del Liceo de Costa Rica, Liceo de Heredia, Escuela Normal de Heredia, Biblioteca Nacional, de la Imprenta Nacional y Subsecretario de Instrucción Pública, entre otros cargos. Desencantado y sin trabajo en Costa Rica por diferencias políticas con las autoridades, se vio obligado a emigrar a El Salvador en 1904, donde laboró por cuatro años y fundó el Colegio Santaneco, del que fue director.
Célebre es la polémica que tuvo con el también escritor e historiador Ricardo Fernández Guardia, en 1894, que apenas cita en sus memorias. La polémica fue sobre el nacionalismo en la literatura, que Gagini defendía contra la propuesta europeizante de su adversario, quien recién había publicado su primer libro de cuentos, Hojarasca (1894). Allí surgió la famosa frase de este último: “Con el perdón de mi amigo Carlos Gagini, a quien quiero y cuyos méritos respeto y admiro, me permito decir que esto es sencillamente un desatino nacido sin duda del sentimiento patriótico llevado al extremo.
Se comprende sin esfuerzo que con una griega de la antigüedad, dotada de esa hermosura espléndida que ya no existe, se pudiera hacer una Venus de Milo (…), pero vive Dios que con una india de Pacaca solo se puede hacer otra india de Pacaca”. Aunque incursionó de nuevo en la narrativa (Cuentos ticos, 1901) y Magdalena (teatro, 1902), el gran aporte de Fernández Guardia fue como historiador.
Algunas de sus reflexiones retratan a Gagini como una persona íntegra y laboriosa, esquiva a las adulaciones, que amó a su patria, a la que quiso ver “libre de miseria, sin pensar en el hambre ni en el frío; no oír llantos, sino risas, no ver vicios sino trabajo, fraternidad y paz”. En otra parte señala: “Jamás he solicitado directa ni indirectamente ningún puesto en la enseñanza: he aceptado los que se me han ofrecido y que podía desempeñar. Nunca he visitado a ningún presidente ni he concurrido a ninguna ovación, ni tomado champaña en la Casa Presidencial”.
En el prólogo de sus memorias, Lilia Ramos, quien fuera su discípula en la Escuela Normal, apunta: “Trovador y prosista muy notable, esteta delicadísimo, pintor muy hábil, músico de oído, concebía la educación como un proceso artístico en exigencia de maestros idóneos (…). Carlos Gagini se erigió un monumento con sus lúcidas y perdurables enseñanzas en el aula, en la conversación amigable… con el libro y, sobre todo, con el ejemplo cimero de su vida fecunda al servicio del prójimo”. No estaría de más pensar en un premio cultural que llevara el nombre de Carlos Gagini.
Periodista, escritor.
