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Opinión

Canas y entrevistas

¿Me lo apunta? / Jaime Hernández

Fue a la entrevista de trabajo a la que lo convocaron. Se presentó lo mejor que pudo. Saludó entusiasta a la directora de proyectos, con quien había trabajado muchos años atrás. Sintió hasta que incluso podía acabar con esa mala racha de falta de trabajo tan larga. Atendió la reunión. Tomó notas. Sonrió educado a los malos chistes. Nada. No consiguió nada. Ni una segunda llamada.

No quería decepcionarse. No. Continuaría con decisión. Una vez más también presentó su proyecto al concurso. Llamó a un par de especialistas que le ayudaron gustosos a armar aquella infamia de exigencias sin sentido en que habían convertido un concurso de creatividad. Nada. Ni siquiera finalista.

Bien. Ya empezó, tenía que seguir. Se presentó a una empresa en la que el director le preguntó quién era y por qué pensaba que podría trabajar allí. Respondió. Sabía que aquella persona tenía que conocerlo, pero, está bien, contó un resumen de su historia. Mándeme su currículo a mi correo y vaya a una entrevista con mi asistente. Gracias. Su asistente fue aún más cruel. Él comprendió que no había mucho que hacer, pero igual se sometió a la entrevista. Lo más seguro es que se le llame, dijo el asistente. No nos llame, yo te llamo. Unos días después hubo una llamada: mirá, no nos salió.

Puñeta. Se dispuso a entrevistarse una vez más con una ejecutiva de gran renombre. Lo convocó en un café donde llegó con su séquito. Él estaba solo. Tan joven era que tuvo que preguntarle quien era. Diantre, eso duele, pero resumió su vida una vez más. Me interesa, dijo. Y se fue rodeada del séquito que no había dicho palabra alguna. Nunca más supo de ella. 

¿Son las canas? Se sentía como aquel personaje de La escafandra y la mariposa que hablaba y hablaba y no le entendía nadie. ¿Qué pasa? En encuentros con conocidos y compañeros estos le hacen saber que su trabajo se hace necesario, que debe volver. ¿Pero de qué hablás, endemoniado? Si vos podés cambiar todo eso con solo una llamada. Pero, no. Guardaba silencio. ¿Qué iban a creer? Que además de viejo se había vuelto loco. No. Sonreía. Descompuesto por adentro, pero sonreía.

Entonces ocurrió un acontecimiento extraordinario. Una joven empresa quería contratarlo porque confiaba en él y su experiencia. ¿Qué?,  se dijo. Ya harto de todo, a punto de ir a una empresa a pedir trabajo en seguridad, harto de que le pregunten quien es y de mandar currículos a lo perro. Ir a otro entierro y ver que alguno se pregunta, pero este viejo, ¿no lo habíamos velado ya? Y una empresa joven lo quería en su equipo. ¿Sería a él? No vaya ser que en un par de semanas me digan, mirá, no era a vos que buscábamos. Fijate que nos equivocamos. Es que estamos empezando. Perdonános. 

Y con ese terror se ha puesto a trabajar, como esperando el día que le digan: mirá, no, no era para  vos esto. Lo llama gente para sugerir ideas, proponer proyectos, conocer su opinión y el viejo sigue ahí, trabajando puntual y esperanzado pero al mismo tiempo temiendo que la empresa finalmente descubra que el viejo de las canas, no. Que va. Ese no va. Andá decile.

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Martes 03 Abril, 2018

HORA: 12:00 AM

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