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Opinión

Lágrimas

Jaime Hernández

Son una de las señales de que hay vida dentro de nosotros. Vida inteligente. Solo un buen actor es capaz de controlarlas. Asombrado por sus profusas lágrimas durante el largo tercer acto de una tragedia, pregunté, en algún descanso durante los ensayos, a una brillante actriz cómo le hacía para llorar todo ese tiempo en ensayos y funciones, sin fallar, y me explicó el difícil proceso de concentración y memoria emotiva de que hacía uso para expresar aquel personaje tan exigente. Bueno, pues a eso me refiero. El buen actor tiene la técnica, el manejo, el talento y la disposición de hacer salir sus lágrimas entre 9: 15 y 9: 50 todas las noches menos lunes durante cuatro meses. Segundos después saludaba al público alegremente. Nosotros, el resto de los humanos, lloramos en condiciones muy diferentes y por razones muy variadas. 

El cine me hace llorar. No porque muera el protagonista, porque hay muertes pésimas en la pantalla, siendo la ganadora Marion Cotillard en Batman. La peor muerte en pantalla jamás vista, y miren que hemos visto actores morir en el cine. A mí me conmueve aquello que considero artísticamente bien hecho. La larga secuencia del encuentro en la estación de trenes entre Diane Keaton y Warren Beatty en Reds, para dar un ejemplo. El sobrevuelo sobre la sabana africana de Meryl Streep y Robert Redford en África mía. La secuencia del bautizo mientras los Corleone se deshacen de sus enemigos en El Padrino. Son solo tres ejemplos, pero sollozo siempre que los veo, y vamos que he visto esas tres películas. El uso del color en el cine de Wes Anderson, los largos planos secuencia de Orson Welles y Martin Scorsese, el niño persiguiendo El balón rojo, los colores de París de Jean-Luc Goddard, Norma Leandro siempre. Son lágrimas de admiración, de asombro, de amor. 

El fútbol me hace llorar. Sí. Como niño perdido en el mercado. Como abandonado en medio de la nada. No puedo evitarlo. Ni siquiera lo intento. Cada vez que clasifica la sele, lloro. 

De admiración y orgullo. Porque pasamos a mejores planos todos nosotros cuando eso ocurre, incluso los necios que odian el fútbol y nos lo hacen saber de maneras odiosas y ofensivas solo porque nunca entendieron la belleza de ese ballet. Esta clasificación que aún celebramos tiene particularidades históricas dignas de estudio. Ha sido a su vez como un elegante juego de billar. No solo entramos en la competencia mundial sino que los resultados finales de la hexagonal hicieron levantarse a bailar a los panameños, llenarse de esperanza a los hondureños y sacar de la competencia a aquellos que nos pusieron a jugar bajo la nieve. Todo en 90 minutos. Claro que ha sido para llorar. 

Y lloro de ira también. ¿Cómo no? Ver gente sin casa, ni ropa, ni comida, ni trabajo después de las fuertes tormentas de hace solo unos días, carreteras destrozadas, puentes al borde de caer, escuelas ocultas bajo el agua, mientras un grupúsculo de compatriotas en posiciones de poder le hacen la vida fácil a un aventurero con labia y codicia gigantescas, modificando actas, reglamentos, garantías, protocolos para llenarle los bolsillos de plata, mucha plata, al dueño de carros caros y helicópteros complacientes. Todos los funcionarios involucrados pagados con el esfuerzo y la confianza de este pueblo admirable y cuya dignidad era lo que ellos debían proteger, salvar, defender. Teléfonos cargados de mensajes e instrucciones y favores para aquel que lo quiere todo, Un juez que se apersona para asegurarse de que los cuestionamientos legales que se le hacen no pasen a más. 

Fiscales que dan pena ajena. Todo y más es para llorar por semanas, o hacer algo realmente radical y arrancarlos de sus sillas, aunque lloren, que solo así lo harían. Llorarían que los dejemos sin esa cuota de poder con que nos manchan.

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Martes 17 Octubre, 2017

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