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Opinión

Los placeres del lector de ficción

Enrique Vázquez Gehrels*

Hace unos años un amigo, al preguntarle por sus gustos de lectura, contestó que él no perdía tiempo leyendo literatura de ficción, habiendo tanto libro útil que explica el mundo tal como es. Al cuestionarle su concepción de lo que era perder el tiempo y de la utilidad de un libro para esclarecer el mundo real, respondió que prefería leer tratados y textos de su área profesional que abordaban la materia de su interés en forma directa y con la profundidad y rigor que la ciencia requiere. La literatura de ficción, con sus novelas, cuentos, poesía – dijo – son caprichos de la imaginación que no tienen asidero didáctico, ni se traducen en conocimiento inmediato de la fuente de lectura. Por supuesto, evadí el debate y lo felicité por ser un lector estudioso y con los pies en la tierra (hay pleitos que da pereza comprárselos, y menos, gratis). En todo caso, leer es mejor que no leer.

Los placeres de ser lector de ficción no son comparables con los que se derivan de los aburridos textos de estudio, aunque estos sean indispensables. No es lo mismo depositar conocimientos procesados, adquiridos y guardados en las ordenadas gavetas de la memoria, que dejar a nuestra imaginación e ingenio abrir nuevos pasajes neurológicos y lanzarse en busca de correspondencias, afinidades, símbolos, motivos, paralelismos, dobles y espejos presentes en las tramas ficticias, para relacionarlos e incorporarlos a nuestra propia experiencia de vida.

Reconocer y entender lo que sucede a los otros, a los demás, sean o no ficción, es la mejor forma de cultivar la empatía, la diversidad, la tolerancia y el respeto. Yo soy ellos, como ellos soy yo.

El mes pasado, un grupo de entusiastas lectores de narrativa de ficción cumplimos tres años de integrar un club de lectura, el cual coordino, que se reúne cada mes para comentar y discutir una novela de ficción asignada previamente. Acordamos nuestras reglas de funcionamiento, ser selectivos en la escogencia de los libros y, en un ambiente entre serio y caótico, los veinte integrantes desmenuzamos, durante dos horas, los textos convenidos sin sujeción a procedimiento o coraza restrictiva que limite la libre interpretación que cada uno de los participantes haya dado al libro leído.

En nuestro contrato social, nos empeñamos en escoger novelas de los más variados orígenes geográficos, géneros literarios, sexo de los autores, estilos, extensión y temática. Decidimos ser selectivos en cuanto a los libros: no leemos libros de super-ventas (“bestsellers”) sin o con escaso valor literario, ni de auto-ayuda, ni de “porno para mamás” (aunque sí eróticos de calidad), ni series comerciales para adolescentes o de fantasía, aunque estos criterios pueden ser distintos de acuerdo con los gustos de los miembros de cada club.

El grupo está compuesto por adultos mayores y por una abrumadora mayoría femenina, que deja en mal predicamento la capacidad e interés en la lectura del sector masculino. Cada año, incluimos al menos una novela de un autor costarricense y, hasta la fecha, hemos recibido la visita de Rodolfo Arias Formoso, Tatiana Lobo, Carlos Cortés y Abril Gordienko a la discusión de sus novelas..

Nuestra experiencia ha sido enriquecedora, divertida y gratificante. Convertirse en lector habitual del universo ficticio de la literatura nos enfrenta al espejo de la irrealidad que, al reflejarse en la mente del lector, se transforma en verdades; y nos enseña a aceptar y disfrutar de la ambigüedad del lenguaje y de la complejidad de las situaciones que encontramos en nuestro quehacer diario.

Bagaje. El encuentro con narrativas de diversas escuelas literarias, desde el Realismo y Naturalismo del Siglo XIX, hasta el Modernismo, las Vanguardias y el Posmodernismo del Siglo XX y XXI, entre otras, ha enriquecido nuestro bagaje cultural y el arsenal de lectura e interpretación, que ha transitado desde las historias con tramas externas cronológicas y controladas por un mundo unitario y coherente, hasta la complejidad de las relaciones y asociaciones interiores de los protagonistas en relatos fragmentarios, no lineales y con finales abiertos.

Mientras resbalamos por el irreal y ambiguo tobogán de las palabras, hemos reído y sufrido con las aventuras del barón encumbrado en los árboles; con las desventuras del inmigrante dominicano en tierras inhóspitas, y de los niños nacidos a la medianoche del parto de independencia de India; con las alegorías y parábolas de la ceguera, la lucidez y la muerte; y con la guirnalda de sucesos en el retrato más fidedigno de los estratos sociales costarricenses. Hemos navegado entre los cuentos descorazonadores de Chejov, Cheever, Carver y Munro; consumido sin respiro novelas cortas y existenciales de Tolstoi, Mann, Camus, Conrad y Melville; y vagado por la carretera de universos apocalípticos en los que se proscribe y penaliza la lectura, o se confina a las mujeres a ser meras reproductoras de seres humanos.

La próxima vez que me encuentre con mi amigo, el estudioso, aun sin ánimo de debatir, a modo de broma sugeriré que rompa las cadenas que le atan los pies al suelo y esconda el reloj que tanto consulta en busca del tiempo perdido y que, por un rato, como el Baltasar de “Memorial del Convento” (José Saramago, 1982), emprenda el vuelo por los horizontes ignotos de la lectura de ficción con su máquina de volar. Tal vez, hasta me atreva a invitarlo al club de lectura.

 

*Escritor y abogado.

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Martes 09 Mayo, 2017

HORA: 12:00 AM

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