La poesía lunaria de Rosario Meléndez
Lic. Miguel Fajardo Korea*
La antología “Otras Lunas”, presencia femenina en la literatura de Guanacaste (1892-1996), marca el inicio de mi encuentro con la obra poética, intensa y de gran calidad, de la escritora costarricense Rosario Meléndez González (21-3-1952). En dicha antología, se incluyó seis de sus textos líricos.
Realizó estudios primarios en la escuela Ascensión Esquivel de Liberia; secundarios en el Instituto de Guanacaste; superiores, en el Centro Regional de la Universidad Nacional. Graduada en Administración de Empresas, con énfasis en el sector agroindustrial, Universidad de Costa Rica. Cursó estudios de Filología, Lingüística y Literatura; así como en Lenguas Modernas, en la UCR.
Miembro de la Feucr (1979 -1980). Formó parte del taller literario impartido por el poeta, Dr. Jorge Charpentier García, Premio Magón; al igual que del Círculo de Poetas Costarricenses. En la actualidad, integra el Centro Literario de Guanacaste, fundado hace 43 años, el 20-3-1974.
Ha publicado “Donde acaba la noche” (Biblioteca Líneas Grises, 1995: 92), dirigida por el poeta, Dr. Laureano Albán, que consta de 37 poemas. “Ave Lunaria” (Jiménez & Tanzi, 2012: 102), que contiene 50 textos. Prepara su tercer poemario. Ha sido incluida en los suplementos culturales del periódico Anexión (1996, 2013 y 2017).
Laureano Albán aduce que el uso de la imagen “está siempre sostenido por un desgarramiento existencial (…) que otorga a sus imágenes ese temblor inconmutable de la veracidad del ser presente ante el mundo sin más mínimo ropaje que su asombro y su sombra”.
Faustino Desinach agrega: “Entre caminos y pasos inagotables persiguiendo las estrellas. Senderos de espejos rotos para llegar al cuarto menguante y encontrarme con esta verdad (…) Ahí, entre arboledas, canta intermitente y puntual el Ave Lunaria, tránsfuga y desolada”.
Para Marco Tulio Gardela, Ave Lunaria “expresa una honda visión del sentir humano, asediado, continua e intensamente, por la marejada temporal que rige y desintegra los avatares de lo efímero, en océanos de lejanías y reminiscencias olvidadas”.
La obra lírica de Rosario González es abierta e intensa.
Sus ejes temáticos marcan un conjunto de acercamientos a la soledad, el tiempo, el misterio, los mitos clásicos, el recuerdo, la vida, el ámbito familiar, la noche, la emigración, el alba, la sombra, la espera, la existencia, el amor, las palabras, el asombro, la nostalgia, la obsesión, la imagen del espejo, las travesías.
Asimismo, la armonía, el cuerpo, el diálogo, el soliloquio, el insomnio, el deseo, la muerte, el olvido, la tristeza, el ser, los colores, el universo, la memoria, el grito, el hastío, el mar, las aves, el cielo, el regreso, el destino, el instante, la lejanía o el adiós.
En la poesía de Rosario, la noche es un acabamiento que recorre inviernos en la sombra del tiempo, en el azul como destino; en el despertar de la arcilla detrás de los pájaros.
En ella, el viento hace promesas de idas, regresos y salidas, a partir de figuras femeninas relevantes: Eva, Penélope, Gea o Ariadna “con algo de universo/ardiendo en cada noche”.
En el cuerpo lírico de Guanacaste, la poesía de Rosario Meléndez se suma, con gran calidad, a las voces líricas editadas de Ofelia Gamboa, María Leal, Ligia Zúñiga, Ana Rita Apuy, Olga Goldemberg, Guadalupe Urbina, Edith Vargas, Amalia Martínez, Amparo Vargas, o Fanny Salas Herrera…
Su poesía es de alta intensidad evocadora “Cuando mi noche era/ solamente la secreta vigilia / última entre la certidumbre / de todos mis silencios”.
Existe una preocupación estelar por el paso del tiempo “Atrás solo queda mi voz nombrando el vacío/ y mi rostro asomado / a la ventana de la ausencia. / Solo queda un gesto de perdón. / Un dolor de aguas oscuras. / Campanadas de olvido. / Huellas sin tiempo”.
En el universo lírico de Rosario Meléndez González, el lector puede quedarse a medio camino, con el vaso medio lleno, en espera de la última palabra, o bien, con el vaso medio vacío, porque la espera es un encuentro y un desencuentro, cuyo final es impredecible, casi siempre.
Como lector, nos corresponde dar la completitud a sus textos, trazados con la convicción de la fortaleza, de la rotundidad para poder esperar, sentada en el banco de un parque solitario, entre flores y vacíos, entre esperanzas y sombras, detrás de los espejos que reflejan otros cuerpos, ante el desconcierto y la incertidumbre de la cotidianeidad, sangrienta y amenazante de hoy.
En su andar, en su travesía vital, en su tránsito terrestre, Rosario Meléndez González es una mirada sin prisa “Y yo hoy me visto / con la aprendida renuncia / a ser nada y nada más que ser / solo un nombre allá / en la frágil orilla del tiempo”.
Sin embargo, su poesía recoge un llegar a solas para redescubrir al planeta con todos sus dolores y existencias, en una especie de camino convocado, para afirmar el dolor clandestino, la verticalidad del canto, o bien, la sombra no abatida de la insistente luna que la llama. Su Ave Lunaria, cuando ha vuelto a llover en la semioscuridad del “lunarísimo silencio” enquistado.
Entre los creadores de sus epígrafes, destacan nombres importantes, tales como Karl Jung, Vicente Aleixandre, Laureano Albán, Emily Dickinson, Antonio Gala, Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez o Gabriela Mistral.
En síntesis, la poesía de Rosario González no acaba en la noche, se nutre de ella y se impregna de claridades sigilosas, de rituales estremecidos, de andamios sin espera, en la memoria del conjuro, en las orillas y estancias de la nostalgia, donde el viento se devuelve para reorientar el camino de los ecos y los instantes apesadumbrados, los cuales persisten en la plegaria del relámpago, o en el sistema recolectivo de la vida en poesía; de la poesía en la vida, desde siempre.
*Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural
Twitter: @mifajak
