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Opinión

¿Evaluaciones de verdad?

Pablo Barahona Kruger*

El frío nunca estará en las cobijas, por más que la lógica tradicional que así lo pretenda en el marco de una (in)cultura de disimulo y rodeo, de posposición y choteo, de superficialidad y facilismo. Una (in)cultura muy arraigada en los costarricenses, lindante en el extremo de “pensar” que hablar directo es pecado y decir las verdades o evidenciar los secretos a voces ha de ser penado con el ostracismo, el silencio hipócrita o ambas condenas (anti)sociales.

Estas dos últimas, sin duda, las mejores muestras de ese deporte nacional que compite con el fútbol en seguidores pero lo supera ampliamente en jugadores: el serrucho. 

De ahí que haga tanta falta que se digan ciertas cosas, se evidencien, y por qué no, incluso que se denuncien. Teniendo claro que la denuncia pública puede ser en ciertos casos más efectiva que la denuncia institucional. 

Aquí como que no ha caído el cuatro, pero después de Trump es aún más claro que no son estos tiempos, ni las nuevas generaciones, propicios para otra cosa que el sinceramiento y la concreción. 

Por lo que recurro, en mi propio esfuerzo cívico, a completar el relato que reflotó el Diputado Mario Redondo, colocándonos ante el germen más evidente de la ingobernabilidad: el desempoderamiento de los políticos deslegitimados ante el altar de los burócratas empoderados. En otras palabras: el vaciado de la democracia.

Jerárquicamente hablando, aquí puede que a estas alturas los que mandan son los de abajo y no los de arriba. Simplemente: el mundo al revés. 

Por lo que sin demérito de lo que subrayé en publicaciones anteriores (6/3/2017), rescato las estadísticas del diputado demócrata cristiano. Primero, por oportunas, pero también por valientes. Oportunas porque evidencian el germen más elemental de la ingobernabilidad que tiene postrada a Costa Rica. Valientes porque, como dije al principio, esas denuncias frontales casi nadie las está haciendo en este país de navegantes de agua dulce. 

Seamos claros, si los incentivos salariales para los funcionarios públicos continúan dependiendo de unas evaluaciones de mentirillas que se limitan a repartir aplausos a diestra y siniestra, visto que los jefes evaluadores le tienen pavor a sus subalternos, estamos ante un problema mayúsculo que, para colmo, ya se instaló como una costumbre que ahora es muy difícil de erradicar. 

Por lo que partiendo de un escenario tan cínico y envilecido como el que los números demuestran incontestablemente, rememoro mi experiencia en la función pública donde, al calificar justamente a los subalternos mediocres como tales, topé con la sorpresa de que el resto de colegas y antecesores siempre calificaban con diez corrido.

Corriente. La reacción ante el cambio que supuso mi sentido de responsabilidad y exigencia no se hizo esperar. A partir de ahí, nadé contra una corriente más que instalada, que pocos, muy pocos, se atreven a combatir. 

No obstante, y estando claro que un caso no alcanza así como una golondrina tampoco hace verano, ampliemos el foco: en el marco del Servicio Civil, de 33.558 funcionarios, apenas 8 fueron calificados por sus jefes como deficientes. Y apenas 41 como regulares. 

Pero eso es solo un abrebocas para las delicias que nos depara todo el resto del aparataje público que no forma parte del Servicio Civil, sea: maestros, policías, autónomas, semiautónomas y descentralizadas. 

En Seguridad ni uno solo fue calificado como deficiente y si acaso 10 como regulares. ¡Esto de más de 13.000 policías!

Y en Educación, nuestro verdadero ejército civilizado, compuesto de más de 78.000 funcionarios, solo 21 docentes y 16 administrativos obtuvieron calificaciones de regular para abajo. ¡37 de 78.000!

Por otra parte, en el PANI, con uno de los mandatos más delicados que podamos identificar: ninguno de sus casi 700 funcionarios recibió una calificación inferior a buena. Lo mismo con los casi 400 funcionarios del CONAVI, donde todos “son” de buenos para arriba. Y apenas 1 de más de 300 empleados del IAFA obtuvo un regular. ¡Todos los demás, de buenos en adelante! 

Beavoir pensaba que nadie es un monstruo si lo somos todos. Lo que podríamos traducir útilmente en que ningún funcionario es bueno si todos supuestamente lo son. 

Sin diferenciación no hay superación. Y sin evaluación no hay diferenciación. Así como tampoco puede haber jefe sin valentía ni jerarquía sin autoridad. Ese es el problema de un sistema basado en evaluaciones de mentirillas que premia con incentivos de verdad. Y ese, hoy por hoy, es un grave problema democrático y ya no solo burocrático.

 

*Abogado

 

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Martes 11 Abril, 2017

HORA: 12:00 AM

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