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Opinión

Hablar de la muerte hoy

Juan Luis Mendoza

Inicio el capítulo con estas afirmaciones del Padre Larrañaga: “No hay nada más difícil que hablar de la muerte. Sin embargo, cualquier hombre que se precie de serlo y que examine el misterio de la condición humana no puede esquivarla, ya sea para rechazarla, ya para consolarse con la vida eterna”. De acuerdo, y es esto último lo que me mueve a tratar el tema de la muerte, pensando especialmente en mi propia muerte. Con ese título Mi muerte escribí hace tiempo un artículo en el que reclamaba para mí mismo la atención al hecho de tener que morir, es decir, tener que “vivir” mi muerte, mientras en el escrito me refería en general a ella con motivo del día de los difuntos.

Hay que hablar de la muerte, aunque sea tabú para el hombre contemporáneo que, agnóstico, materialista y hedonista como es, no quiere saber nada. 

La muerte ideal para él, lo mismo que para Asimov, sería “acostarse, dormir y no despertar nunca más”. Pero la muerte no es eso; o es, en todo caso, más que eso: más complicado, más arduo de afrontar, más difícil de pasar. En consecuencia, conviene “familiarizarse” a buen tiempo con ella.

El filósofo estoico Epicteto escribió: “No hay que preocuparse de la muerte, porque ésta no pertenece a la vida”. ¿Es verdad que “no pertenece a la vida”? Me quedo con Heidegger: “La muerte posibilita al hombre para ejercer su propia libertad, dado que es un fenómeno individual, personal, que ocurre en lo más profundo de cada ser”.

Un “fenómeno” que se puede preparar; mejor, que se debe preparar. Lo han hecho los santos y almas buenas, y lo han hecho famosos, como Brigitte Bardot, quien en una entrevista declaró lo siguiente: “La celebridad transformó mi vida en un infierno. Durante toda mi vida busqué el amor verdadero. A menudo quise morir. A pesar de mis cuatro maridos y mis cincuenta películas, siempre me sentí sola. Ahora vivo al día. Un día sentiré que voy a morir y yo diré: Esta bien. Y esperaré”. En ese sentido, afirma Tubiana: “La vida no puede ser plenamente vivida si no se aceptan la vejez y la muerte como inseparables de ella”.

Aceptar la muerte es aceptar lo desconocido, aceptar el hecho de tener que morir y, no en general, sino morir yo, morir usted. Aceptar la propia muerte con todo lo que ello significa. De ahí la necesidad, no sólo la conveniencia, de enfrentarse a la muerte desde ahora mismo, aceptándola y hasta viviéndola de antemano.

Refiriéndose a la doctrina de Epicteto y comentando el dicho “el sol sale cuando yo lo digo; el sol se pone cuando yo lo mando”, explica el Padre Carlos González Vallés: “¿Qué se nos quiere decir con ello? Se nos quiere decir algo muy sencillo y práctico y conducente al bienestar interior: el sol sale cuando yo digo, porque de antemano he dicho que yo quiero que salga cuando le toca salir; y el sol se pone cuando yo lo mando, porque ya le he ordenado que se ponga cuando sea su hora. Yo he aceptado las leyes de la naturaleza tal como son, yo le he dado carta blanca a la vida, yo le he declarado solemne y definitivamente ante el tribunal de mi alma que acepto todo lo que venga, cuando venga y como venga. Todo lo he aceptado de antemano. He unido las vicisitudes de mi vida al ritmo oculto del suceder universal. Estoy a tono con lo que pasa. Me dejo llevar por la vida por gusto propio y decisión declarada. El sol sale cuando yo lo digo, y se pone cuando yo se lo mando. Y los dos nos reímos porque sabemos el secreto. Como Epicteto, voto por el más votado… Por lo que se sabe va a suceder”.

Y entre lo que va a suceder inevitablemente está la muerte. Y lo que corresponde no es rechazarla sino aceptarla. El mismo autor añade: “Ya que no puedo cambiar la situación, mejor será que la acepte y me adapte a ella y quiera que suceda lo que inevitablemente va a suceder”.

Y, en concreto, en lo que concierne a la muerte, afirma: “Yo moriré cuando yo quiera, en el día y la hora que yo quiera y de la manera que yo quiera. Porque yo he aceptado desde ahora con totalidad definitiva y alegre que moriré cuándo y cómo me toque morir”. Y concluye: “Es el camino para vivir en paz, pase lo que pase; cheque en blanco a la vida”. Y a la muerte, añado yo. En ese sentido y como lo afirma Paul Claudel, “todo lo que sucede es adorable”, es decir, digno de adoración porque es lo que Dios quiere o permite para nuestro bien, sin cuyo visto bueno y consentimiento no cae un solo cabello de nuestra cabeza… Todo se desarrolla según los designios de Dios. El mismo P. González Vallés advierte: “Dios está detrás de cada vida y de cada muerte, y también de cada crecimiento y de cada vida; y su presencia sabida, sentida y acogida es la mayor ayuda para aceptar, entender y dar sentido a cualquier situación en la vida. Tomamos las cosas como son, porque las cosas son de Dios”.

Aceptar es el secreto, definitivamente, para hablar de la muerte y, llegado el momento, vivirla con sentido, con paz y hasta con alegría. Por lo mismo y como lo observa el Padre Larrañaga, reflexionar y hablar de la muerte “sin traumatismos, para pensar en la necesidad de una vida en plenitud”.

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Sábado 06 Agosto, 2016

HORA: 12:00 AM

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