Asesinato de Estado
José Calvo
Nos horroriza el asesinato con los sicarios, pero el señor presidente de los Estados Unidos de América puede ordenar tranquilamente a sus drones que le peguen un cuetazo a Osama Bin Laden (que no era terrorista cuando atacaba a los rusos en Afganistán), y nadie se inmuta si se van en la tira varios inocentes. El sicario se la tiene que jugar, pero el señor presidente ordena matar sonriente y gozando de la máxima seguridad: se trata de un asesinato permitido de Estado.
En la década de los 60 se especuló mucho sobre el accidente aéreo en que murió Enrico Erni, presidente del Ente Nazionale Hidrocarburi, una organización del Estado en Italia que empezó a dar a los árabes una participación decente en el petróleo, por la que lloraba Mossadegh en Irán, derrocado por el gobierno de los Estados Unidos valiéndose de un hijo de Teddy Roosevelt, el que acaudilló la guerra contra España por la independencia de Cuba; o mas bien para dejársela como colonia.
El hijo de Teddy llegó al Irán con una cuenta abierta para apoyar la revuelta contra Mossadegh que era primer ministro de Irán elegido legítimamente: un país en que entraban los ingleses como Pedro por su casa.
Los ingleses quitaron al Sha padre por insubordinado, y pusieron al hijo como títere; y a este lo botaron los ayatolas. Churchill dispuso que se abasteciera a Rusia con el ferrocarril de Irán, y los rusos pagaron invadiéndolo después de la guerra. A Mossadegh lo derrocaron y lo condenaron a muerte, pero murió prisionero en su casa: uno puede comprender el fundamentalismo islámico del sufrido país.
Como Omar Torrijos que murió en un “accidente” de aviación, lo mismo que Jaime López Roldós en el Ecuador.
No estamos mejor que en tiempos de El Príncipe de Macquiavelo, que no tenía empacho en envenenar a sus convidados, si le convenía.
A los países poderosos no les sirve que seamos democráticos y lo manifestemos, les sirven mejor las dictaduras, y por eso las apoyan; excepto si esas dictaduras están en contra de ellos, como la de Asaad en Siria, la de Gaddafi en Libia, o la de Sadam en Irak, pero no la de Arabia Saudí: a propósito de las migraciones a Europa.
El problema es el asesinato de Estado, que se ha hecho costumbre aceptada. Y que es una costumbre inmoral, no importa que se practique en los Estados Unidos.
