El prostituido arte de gobernar
Editorial
La ostentación del poder es algo curioso, hay quienes dicen que sus ocupantes se vuelven sedientos y quieren perpetuarse, otros lo rechazan como la peste.
En Costa Rica parece haber de ambos.
Sin embargo olvidamos que ocupar el poder va más allá de satisfacer las manifestaciones de ego de los individuos, olvidamos que quienes ocupan el poder son administradores de un sistema, ese bajo el que todos vivimos, y que la simpatía de un presidente no beneficia a sus habitantes en la vida cotidiana.
Su existencia será mejor en la medida que se les dé soluciones prácticas, no en la medida en que reciban besos y abrazos de los poderosos, pues a fin de cuentas es un error suponer que debemos depender de una persona para asegurar la eficacia del Estado.
El país se enfrenta a una realidad política compleja, donde los ciudadanos repelen la política, olvidan que es el sistema por el que nos gobernamos y dejamos el destino de 5 millones de habitantes a la divina providencia.
En la monarquía los sucesores al trono son educados desde temprana edad para sumir la obligación de tomar decisiones; en la democracia, la mayoría de la población es educada y con una enorme capacidad de análisis sobre las acontecimientos de una nación, de ahí las críticas de la situación que vive el país, con alto desempleo, pésima infraestructura, deficiente manejo ambiental y atrasos en educación, mientras que el sistema de salud, que fue la joya de las condiciones sociales en Costa Rica, derivó en una enorme maquinaria burocrática que sacrifica la atención para mantener el nombre de lo que una vez fue.
La separación de poderes, una bendición para la democracia, pierde sentido cuando los legisladores usan sus puestos para nada, no se aprueban leyes que beneficien a la población, el control político no responde a la necesidad de determinar o supervisar las funciones de otros cargos sino a la oportunidad de representarse a sí mismos, sin una idea clara de cuál es rumbo que un país debe llevar.
Falta educación política que asegure menos manifestaciones personales y más interés por la República, por los problemas que le aquejan y por la patria.
Hay en Costa Rica un grupo de ciudadanos que lucha por el derecho a casarse entre individuos del mismo sexo, otro grupo pide que se legalice la oportunidad a reproducirse con ayuda de la tecnología, otros claman contra el maltrato infantil y en todos los casos los diputados pueden ponerse de acuerdo para legislar, pero siempre habrá una excusa que justifique la paralización, siempre el poder no se ejecuta para lo que debería, falta esa capacidad de razonamiento que creíamos natural en todo ser humano.
La realidad de los ciudadanos es paradójica con muchas leyes inútiles que dificultan su avance en el trabajo, la investigación, los negocios, pero sobran procesos obsoletos que existen únicamente para justificar la existencia de un aparato gubernamental que se quedó congelado en el tiempo.
No es procedente desde ningún punto de vista ignorar la política, como asumir que no nos interesa quién gobierna o hacer la zancadilla al grupo que ostenta el poder, que al final es quien toma las decisiones administrativas de la nación, la misma en la que todos vivimos.
La caída de un gobernante no es solo un golpe al sistema, es un atroz golpe para todos nosotros, los administrados.
Todo ciudadano debe tener conciencia política de hacia dónde vamos, es un aspecto que simplemente no se puede ignorar.
Independientemente de la naturaleza de la persona que ocupe el poder, si deja un barco a la deriva en aguas revueltas se estrellará contra las rocas.
