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Opinión

Alternativas

La democracia es una forma de organización política para tomar decisiones públicas. Si simplemente exigimos que se siga la regla de la mayoría para realizar sus escogencias, nada impediría que se cometan horribles violaciones a la libertad, la dignidad y los derechos de las personas; que se acuerden medidas que limitan la creatividad y el progreso o que se gobierne tomando en cuenta únicamente los intereses de esa mayoría. Por consideraciones de este tipo y por las experiencias de sociedades antiguas y muy recientes se fueron estructurando las instituciones de la democracia liberal con su estado de derecho.

 

Desde hace muchos siglos se fue entendiendo que a la par de quienes gobiernan, es necesario para la libertad y el bienestar, también escoger cómo se debe gobernar. Así se optó por un gobierno sujeto a restricciones, con normas legales iguales incluso para los gobernantes; quienes solo puede actuar en materias y de maneras que expresamente se les confieren; y equilibrado por la división de poderes.

 

Los partidos políticos tolerantes y moderados de las democracias contemporáneas actúan limitados por esas instituciones -o sea por la constitucionalidad y legalidad de sus acciones- y con respeto a las esferas de libertad de las personas, sus organizaciones y la sociedad: en especial el mercado con libre contratación y la opinión pública con libre debate de las ideas. Actúan, asimismo, limitados por sus conocimientos e interpretaciones de lo que es materialmente posible y cuáles son las consecuencias de sus acciones.

 

Con cierta frecuencia estas restricciones a las acciones colectivas aparentan ser meros obstáculos a la libre voluntad del pueblo. Esto es especialmente grave cuando se vive un clima de desencanto con la política y de desprestigio de los políticos. Se castiga entonces al sistema de democracia liberal por las fallas de algunos de sus actores, que es como castigar a una comunidad por el pecado de uno de sus vecinos.

 

Surgen entonces propuestas antisistema, de apariencia atractiva, que ofrecen solucionar las necesidades insatisfechas que siempre están presentes por nuestra ignorancia y la escasez. Los peligros son enormes.

 

Recordamos con horror el comunismo, el nazismo, el fascismo, las dictaduras militares, las guerras tribales. Pero los problemas son mucho más cercanos.

 

En los populismos latinoamericanos se suplanta a la persona, a cada persona, por una abstracción colectivista, y se cambian los límites del estado de derecho por la eficiencia inmediata de los objetivos que encarna el líder.

 

El líder es la conciencia popular. Ya no se requieren intermediarios. La democracia representativa con sus debates y posibilidades de negociar y crear acuerdos sale sobrando. Ahora se instaura la democracia directa y el líder recibe del pueblo sus poderes con abuso de mecanismos plebiscitarios.

 

Con las consultas directas claro que se aprueban pensiones más altas y a una menor edad de jubilación. Pero, ¿cómo se financian? Son preferibles y fácilmente aprobados salarios más altos y precios más bajos. Pero ¿quién va a contratar a los trabajadores que ganan más que su aporte a la producción y quién va producir los bienes que se deben vender por debajo de su costo?

 

Por esas dificultades, a las soluciones simplistas e inmediatas que el líder carismático comparte con su pueblo, estorban los debates libres, la opinión pública, las reglas del mercado, sus precios, la libre contratación, la propiedad privada, la sujeción a las competencias asignadas, la independencia de poderes, especialmente la de los jueces.

 

Así surge el totalitarismo populista.

 

No nos engañemos. La disyuntiva es entre la democracia liberal con su estado de derecho y el populismo con su estado totalitario; entre el gobierno de las normas por encima de los gobernantes y el de gobernantes por encima de las normas; entre la democracia representativa, limitada y subsidiaria y la demagogia plebiscitaria.

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Lunes 20 Enero, 2014

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Miguel Ángel Rodríguez E.

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