Amar a la Iglesia
La voz del Arzobispo
San Pablo nos enseña: “Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella, para consagrarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, y presentársela a sí mismo radiante, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada” (Efesios 5,25-27). Estas palabras destacan el profundo amor de Cristo por su Iglesia y su deseo de purificar y santificar a todos sus miembros.
Cristo, en su infinita sabiduría y comprensión, estaba plenamente consciente de nuestras limitaciones y fragilidades humanas. A pesar de ello, su amor por la Iglesia no conocía condiciones ni barreras; su amor transformador busca elevarnos y hacernos santos. Este amor es un testimonio del poder redentor de Cristo, invitándonos a superar nuestras debilidades y crecer en santidad a través de Él.
Sin duda que esto es desafiante, especialmente cuando enfrentamos las realidades de los pecados y errores de sus miembros, y las percepciones de sus enseñanzas morales como restrictivas. Las estructuras institucionales a veces pueden parecer opresivas y carentes de calidez humana, lo c ual puede llevar a algunos a cuestionar su dignidad y su capacidad para amar.
Sin embargo, la Iglesia es santa por la presencia viva del Señor, y también pecadora en un sentido humano. La bondad y belleza inherentes se revelan a través de un amor marcado por la comprensión y la compasión, iluminado por la fe. Amar a la Iglesia significa mirar más allá de sus imperfecciones para reconocer la presencia viva de Cristo en ella, inspirándonos a responder con amor y servicio.
Si verdaderamente anhelamos una Iglesia mejor, debemos comenzar por cambios fundamentales en nosotros. La transformación que buscamos en la comunidad eclesial comienza en nuestro propio corazón y en nuestras acciones cotidianas. Cada pequeño gesto de amor, comprensión y servicio contribuye al bienestar y unidad de la Iglesia, reflejando así el amor y la misericordia de Cristo que nos enseña a amar y a perdonar.
No olvidemos que, como Iglesia, somos la gran familia de los redimidos en Cristo. Al igual que en cualquier familia, surgen conflictos y desafíos que prueban la fortaleza de nuestros lazos. La clave para superar estas dificultades no radica en evadir los problemas o en separarnos, sino en abordarlos con espíritu de amor y paciencia. Enfrentar los conflictos dentro de la Iglesia requiere un compromiso con el diálogo abierto y honesto, buscando siempre la reconciliación y la unidad. Es un ejercicio de humildad y comprensión mutua, recordando que todos somos parte del mismo Cuerpo de Cristo.
Oremos para que Dios nos conceda la gracia de amar profundamente a la Iglesia, reconociendo y valorando las virtudes y dones que ha sembrado en cada uno de sus miembros. Que podamos mirar más allá de las imperfecciones humanas y apreciar la belleza de la Iglesia como servidora del Reino del amor, la misericordia y paz que Cristo anuncia.
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Lunes 08 Julio, 2024
HORA: 12:00 AM
CRÉDITOS: Mons. José Rafael Quirós