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Opinión

Tributo a la tercera edad

Opinión

Volver, con la frente marchita, sentir que es un soplo la vida. Uno de los tangos que cantaba Carlos Gardel, “Volver”, es quizás el que más se aferró a mi inconsciente de niño, y sobrevive en mi memoria de adulto, tal vez porque mi padre lo cantaba acompañado con su guitarra en aquella blanca, pequeña, ensimismada y humilde salita de la casa de bahareque donde creció mi infancia.

Ahora que “las nieves del tiempo platearon mi sien”, los versos de esta canción, esos recuerdos del ayer, adquieren un eco de conjuro, se convierten de repente en un susurro a voces que me convoca desde el pasado, y me hace valorar con toda convicción y lucidez la frágil, sabia y mágica riqueza que se acurruca y esconde en el corazón de la gente mayor.

Todos los seres humanos, mujeres y hombres, en el fondo anhelamos, quizás inconscientemente, que al morir se nos recuerde, (solo terminamos de morir cuándo se nos olvida) que, al dejar este mundo, al menos sobrevivamos en la memoria de quienes amamos y nos amaron, y, sobre todo, tener la oportunidad de despedirnos.

Que ese torbellino de pasiones, desencantos, victorias y derrotas, tristezas y alegrías, que al fin y al cabo esculpieron nuestra vida, no se apague del todo para siempre en el horizonte sin regreso del olvido.

Cuando pensamos en nuestra muerte muchas veces puede asaltarnos la duda de: ¿cómo nos irán a despedir y a recordar en nuestro último viaje?, si será que quienes nos sobrevivirán alabarán nuestros éxitos y virtudes, o, por el contrario, harán escarnio de nuestros defectos, torpezas y errores.

Hay infinidad de maneras de despedirse de este mundo (en todo caso no vale la pena programarlo ni angustiarse por su inevitable llegada, puesto que nadie conoce el cómo ni el cuándo).

Pero en este momento lo que dolorosamente me impacta y me conmueve profundamente antes que nada son los cientos, ¿o quizás miles?, de adultos mayores abandonados a su suerte y condenados inevitablemente al mutismo y la frialdad de la impotencia y la desolación.

Los viejos padecen de una inevitable regresión a la infancia, se convierten en un regazo donde acurrucar las penas y aliviar nuestros fracasos. ¡Cuánta sabiduría!, ¡cuánta benevolencia!, ¡cuánta bendita confianza encarna la figura de un viejo!

El viejo es el patriarca de los años que acrisoló experiencias, gozos y desgracias sin dejar de ser niño, los viejos se convierten en un sorprendente baúl de recuerdos, apacibles jovenzuelos enamorados de la nostalgia.

Solo en la vejez llegamos a palpar, con los languidecidos dedos del recuerdo, la emoción fugaz del primer beso, los alocados devaneos de la juventud y aquel primer amor que se autoproclamaba eterno, todo aquello que, en apariencia, se llevó el olvido.

Por eso es que también, paradójicamente, no deberíamos temer llegar a viejos, después de todo representa la reunión final de todo lo vivido, es como la fiesta privada de nuestro propio corazón (solo para nosotros, ¡y sin invitados!, ¡sin censuras!, ¡con total autocomplacencia!). 

Desde el silencio más contrito y profundo de mi corazón elevo una oración y un canto por los veteranos viejos. ¡De la aventura de estar vivos!, muchos aún con sus sueños intactos y su corazón henchido de ternuras.

Abuelos aún con la vida a flor de piel, la mente lúcida y florecida en primavera rebosante, ataviada de jardines y palabras. Mi oración será un padre nuestro y mi canto el tango “Volver”: “y aunque el olvido que todo destruye haya matado mi vieja ilusión, guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón”.

 

* Poeta y músico

 
 
 

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Jueves 21 Septiembre, 2023

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Prof. Julio Vindas Rodríguez*

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