Seguimos comentando sobre tradiciones relacionadas con la muerte de la reina Isabel II, entre las que destaca el material en que se elaboró su ataúd, lo cual no solo responde a una costumbre sino un método que preserva el cuerpo para los actos protocolarios acordes con su cargo.
Esta práctica se remonta a cientos de años. Reyes, reinas, príncipes y princesas han sido colocados en ataúdes de plomo para preservar mejor sus cuerpos. La tradición data de una época en la que aún no se disponía de métodos modernos de conservación, tomando en cuenta que el uso de formaldehído para hacer más lenta la descomposición no se descubrió hasta 1869.
La descomposición, parte de la muerte, afecta a todos, desde los reyes hasta campesinos, lo que significa que los cuerpos pueden terminar de una manera particularmente desordenada, como le sucedió al primer rey normando de Inglaterra, William el Conquistador.
Los ataúdes revestidos de plomo retrasan la descomposición del cuerpo al mantener la humedad fuera del ataúd. El plomo no se descompone y, por lo tanto, permanece hermético, evitando la putrefacción.
Una característica curiosa es que el ataúd lleva fabricado 30 años, por lo que probablemente su majestad pudo observar el lugar en que reposaría hasta el fin de los días.
