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Opinión

¿En qué momento se olvidó que las vacunas salvan vidas?

Gloria Bejarano Almada

Se nos ha olvidado que las vacunas vinieron a salvar vidas y erradicar enfermedades que mataban año con año millones de personas alrededor del mundo.  La viruela, la polio, la difteria, el tétanos, la tosferina, las hepatitis A y B, la paroditis, el neumococo, la influenza, el rotavirus, el sarampión, la meningitis, en fin, enfermedades que cobraban la vida especialmente de niños como mi hermano Marco, quien murió asfixiado en los brazos de mi padre víctima de la polio.

Se nos han olvidado las secuelas de los sobrevivientes de la polio, los rostros marcados por la viruela, la forma como morían las víctimas del tétanos en medio de espasmos y contracciones musculares o la disfunción cerebral que causa la mortal rabia.

Se nos ha olvidado todo esto porque las vacunas han venido a ser la respuesta de la ciencia para prevenir y combatir enfermedades como el cólera que en el pasado llenaban de luto y dolor a los hogares.

No es sino hasta ahora que volvemos a sufrir una pandemia de nivel global, algo para la cual no estábamos preparados, pues más allá del desarrollo mismo de la vacuna, la crisis se fortaleció ante una sociedad dividida en la que la credibilidad de la ciencia se ha visto minada con absurdas teorías de conspiración, que van desde la participación de los extraterrestres en la implantación de chips hasta la destrucción de ADN.   No ha faltado la politización del tema, la negativa de grupos fundamentalistas y la desinformación que a través de las redes sociales ha logrado sembrar miedo, desconfianza y recelo entre miles de personas que han olvidado cómo moría la gente antes de contar con las vacunas.

Las estadísticas hablan por sí solas, las personas vacunadas corren un menor riesgo de ser hospitalizadas, de sufrir graves secuelas o morir asfixiadas.  De acuerdo con el Semanario Universidad, de cada 1.000 infectados, 14 tenían una vacuna y solo 3 tenían el esquema de vacunación completo.   Lo que significa que la probabilidad de contagio en aquellos que tienen el esquema completo se reduce a casi un 97%.

Por décadas hemos tenido la oportunidad de vacunarnos y vacunar a nuestros hijos, la mortalidad infantil disminuyó y la expectativa de vida aumentó a partir de las campañas de inoculación que ayudaron a la erradicación de muchas de las enfermedades infectocontagiosas y pocos, muy pocos ponían en duda los beneficios de la vacunación y su efectividad. 

Todo cambió cuando, en 1998, un médico de apellido Wakefield publicó un artículo en la revista “The Lancet” afirmando que la triple vacuna, rubeola, sarampión y paperas, provocaba autismo.  Y aunque más tarde se demostró que el artículo ocultaba intereses económicos poco éticos y Wakefield se retractó, el daño ya era irreparable.  En los años siguiente el movimiento antivacunas ha hecho uso de estos falsos argumentos, lo que ha provocado el resurgimiento de enfermedades como el sarampión en Europa.

Las disposiciones adoptadas por las autoridades, como el uso de mascarilla, el lavado de manos y la vacunación, no son medidas antojadizas, son decisiones que se adoptan con criterios sanitarios con base en estudios científicos.

No sé desde cuándo se dejó de creer en la ciencia, pero ante la negativa de aquellos que se niegan a recibir la vacuna, las autoridades con el aval de la Sala Constitucional han comenzado a imponer la obligatoriedad de contar con el esquema de vacunación en el sector salud.  A esta disposición se ha adherido la Universidad de Costa Rica y no dudo que pronto ministerios, instituciones, empresas se unirán con el fin de bajar los contagios y reducir la ocupación hospitalaria.  

Las personas tienen el derecho a no creer en la vacunación, pero su derecho no es absoluto ni les da autoridad para poner en riesgo la vida de terceros, para saturar los centros de salud por su negativa o para contribuir a la propagación del virus. 

Costa Rica enfrenta una grave crisis sanitaria, nuestro sistema de salud puede colapsar y pareciera que algunos han olvidado que las autoridades tienen solo parte de la responsabilidad y que nosotros, los ciudadanos, compartimos la responsabilidad de hacer lo que esté a nuestro alcance para frenar el contagio. La vacuna no solo protege, vacunarse es un acto de solidaridad, responsabilidad ciudadana y respeto para con aquellos que son más vulnerables y propensos al contagio y una forma de agradecer al cuerpo médico y de salud por su compromiso y entrega.

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Sábado 02 Octubre, 2021

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Gloria Bejarano Almada

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