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Opinión

Triste Bicentenario

Editorial

Hoy cumplimos 200 años de vida independiente y semejante acontecimiento merece celebrarse por todo lo alto. Sin embargo, también nos llama a reflexión con respecto a las situaciones que enfrenta nuestra democracia, una de las más sólidas y antiguas, tanto de América Latina como del mundo entero.

Porque si bien todos quieren apreciar, por tele, el multimillonario y opaco espectáculo que preparó el Gobierno de la República, el festejo debe hacerse con mesura y reflexión: Costa Rica aqueja muchos males en el presente y el futuro no parece muy halagüeño; lo anterior es especialmente responsabilidad (aunque nunca la acepten) de quienes han detentado el poder durante, cuando menos, los último 40 años, pues se hicieron de la vista gorda ante problemas estructurales del sistema y prefirieron patear la bola para adelante en vez de tomar medidas adecuadas, pero impopulares. 

Basta que veamos la pérdida de confianza en instituciones a las cuales la ciudadanía encomendaba a ojos cerrados su bienestar, como los partidos políticos, que ahora parecieran casi una maquinaria perpetua de campaña política y politiquera cuyos miembros solo ambicionan escalar por todos los puestos a los que el pueblo “los llamó” (¿cuándo?) para que ellos ejercieran “la voluntad de los ciudadanos” (¿cuál?).

O si no recordemos los sonados casos de corrupción de las últimas décadas, que hacen pensar entre la población que muchos políticos llegan a la función pública para servirse, pero nunca para servir. Y, por supuesto, nadie es culpable, el pueblo siempre paga la pachanga. Se podría mencionar escándalos cada vez más frecuentes y cada vez más millonarios, entre más nos acercamos a la actualidad… ¿De verdad hace falta plata en Costa Rica?

Y otra modalidad más nueva de la vacilada que nos pegan los políticos es la de hacerse pasar por los más preparados, los que de veras van a acabar con la pobreza y la corrupción, pero que, a la hora de llegada, trastabillando en medio de justos cuestionamientos y maniobras oscuras, deciden que es “más fácil verla venir que bailar con ella”. Y nosotros, cajita blanca por inocentes, en medio de una manipulación emocional y polarización sin precedentes, decidimos que esos mismos eran el mejor de dos males, que no un remedio, hace cuatro años… para seguir llevando palo.

El sistema político costarricense lleva años de caminar mal, lo cual en parte se debe a las decisiones del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE). Primero que nada, los costarricenses aún votamos por un partido sin que conste lista de candidatos en la mesa de elección al momento de escoger diputados, de manera que no sabemos qué golazo puedan estarnos metiendo en caso de que la persona beneficiada no sea santa de nuestra devoción.

Ni qué decir de la doble postulación, así vemos cómo algunos futuros legisladores tendrán demasiados recursos para proselitismo explotando los convenientes vacíos legales del sistema. ¿Cuántos de estos eternos aspirantes a lo que se pueda han logrado que el país mejore en cualquier aspecto y cómo es que siempre pareciera necesitarse de las mismas personas para que el país camine? Bien haríamos los costarricense en eliminar la deuda política para ver cuántos se lanzan a candidatos por amor al pueblo.

También el TSE ha emitido decisiones que dejan a más de uno en la Luna, sin comprender cómo podría permitirse optar por puestos de elección popular a partidos que fueron condenados por casos de corrupción, o las caras repetidas por doquier de personas que se buscan hasta el más pequeño partido de garaje para optar por enésima vez a un cargo público, para que así siga la fiesta, con lo cual los costarricenses nos sentimos cada vez más desanimados. 

En esta tierra de labriegos sencillos que nos cuenta el imaginario del ser costarricense, cada vez quedan menos agricultores, pues no hay Gobierno que rescate a estos productores de bienes esenciales, en cambio, pareciera que la Administración de turno se desviviera en ponerles trabas para que desaparezcan, como si estos no tuvieran ya suficientes obstáculos entre intermediarios inescrupulosos, el cambio climático y la dificultad para competir con la producción internacional, traída legal o ilegalmente.

Y hablemos también de la Asamblea Legislativa. En este país donde solo cada cierto tiempo, y por puro oportunismo, se recuerda a los indígenas, como quien no quiere la cosa, de manera flagrante se violan sus derechos y ni siquiera se tiene la “voluntad política” de aprobarles un proyecto de ley para blindar las tierras que históricamente les pertenecen. Quizá sería bueno, para variar, que se atendiera el clamor del pueblo en vez de aprovecharlo para intereses propios. 

Además, mientras mucha gente pasa hambre y frío, los llamados padres de la patria se preocupan más por temas ideológicos y despotrican haciendo shows mediáticos de toda clase en vez de atacar los problemas esenciales. ¿Es que no saben lo que están haciendo? ¿O es que finalmente se quitarán la careta para decirnos que hay ciudadanos de distintas categorías y lo malo es no estar en la argolla?

En este país donde a lo largo de la historia los mandatarios han tenido un aura de señorío, se han acercado al pueblo para conocer sus problemas y ayudarles a solucionarlos, duele ver cómo cada vez baja más la calidad de los gobernantes, de estatistas a improvisadores, al punto que la campaña presidencial se asemeja más a un concurso de popularidad en que cualquier advenedizo se tira por el puesto, porque “si ese pudo, cómo yo no voy a tener chance y, quién quita un quite, yo también pueda ganarme la millonaria pensión vitalicia y dejar acomodados a mis amiguitos”.

Ver al mandatario cuasi disfrazado en los eventos que homenajean a alguna minoría o entidad pública, rodeado de guardaespaldas y acudiendo a las actividades a las que le obliga su cargo solo si se cercan unas cinco cuadras a la redonda es un ridículo que causa pena ajena, y una costumbre que cada vez le resta más autoridad a quien asume el cargo, pues ser Presidente de la República pareciera cosa de tirar piedras contra la soberanía nacional y el bienestar de los ciudadanos para luego esconder la mano, o un asunto de encontrarse por accidente la banda presidencial en una caja de cereal. Quien nada debe, nada teme.

Y, a los veintitantos candidatos que optarán por la primera magistratura del país en febrero próximo, vale advertirles: es hora de ponerse serios. Se debe tomar medidas responsables y ejemplarizantes, que los funcionarios públicos entiendan su lugar y actúen consecuentemente, bajo la premisa de que el pueblo es el soberano. No es justo que, mientras los habitantes sufren y padecen, todos los que ni saben lo que es andar con hambre se estén repartiendo los puestos del nuevo gobierno sin siquiera entender por lo que atraviesan sus semejantes.

Bien harían las próximas autoridades en volver al camino de la trasparencia en la función pública, buscar el modo de rescatar el señorío que caracterizaba a los Presidentes de la República, su Gabinete, así como integrar una Asamblea Legislativa con gente preparada y consciente de las necesidades de quienes los pusieron en ese cargo, que puedan dedicarse a trabajar, trabajar, trabajar para que todos progresemos juntos en esta Costa Rica que hoy celebra sus 200 años de vida independiente.

 

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

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Miércoles 15 Septiembre, 2021

HORA: 12:00 AM

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