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Opinión

Terapia martirial

Juan Luis Mendoza

De acuerdo con el Hermano Crucificado y en compañía de los inseparables hermanos León, Ángel, Maseo y Rufino, seguimos hasta la choza de Fonte Colombo. A pesar de la gravedad de su enfermedad y, como lo advierte el Padre Larrañaga, “el Pobre de Dios mantuvo una presencia de ánimo extraordinaria en estos días. Había en él, diríase, como dos sujetos. El cuerpo era una hoguera de dolor, pero el alma estaba tan radiante que recubría de serenidad el dolor”. De paso por Rieti se encuentran con fray Elías y el cardenal Hugolino que le inducen a que lo traten los médicos del papa que anda también en la ciudad. Al ser ineficaces otros remedios, optan por un tratamiento más enérgico: la cauterización desde la oreja hasta la sobreceja del ojo más enfermo. El Padre Larrañaga nota que “el Hermano Crucificado aceptó la terapia martirial. Pero al sentir los preparativos del cauterio, al oír cómo los instrumentos quirúrgicos se recalentaban en el horno, un instintivo espanto se apoderó de él”.

Francisco reacciona así: “Hermano mío fuego, a quien he querido tanto, siempre fui cortés contigo por amor de quien te creó. Sé tú ahora cortés conmigo y no me hagas mucho daño para que yo pueda soportar la curación”. Y haciendo la señal de la cruz bendice el fuego como señal de amistad, mientras que cuando el cirujano tomó entre sus manos el cauterio rusiente, León, Ángel, Maseo y Rufino, horrorizados y conmovidos salen corriendo de la choza hacia el bosque para no presenciar aquel tormento.

Por su parte, el Padre Larrañaga observa que “Francisco se puso en las manos de Dios, hizo vivamente presente ante su imaginación al Señor Crucificado. Se identificó de tal manera con él que, igual que en el Alvernia, se fundió en el amor y en el dolor del Señor. En esto, el cirujano le metió profundamente el cauterio rusiente desde cerca de la oreja hasta las cejas. El Hermano no hizo el más pequeño rictus de dolor”. Y añade: “Cuando el cirujano acabó su intervención quirúrgica, Francisco le dijo: “Si te parece, puedes quemar más, porque no he sentido dolor alguno”. Ante los gritos de fray León que exclama: ¡Milagro, milagro!, el Hermano hace la siguiente reflexión: “No hay milagros. Hay reconciliación. Amé a los lobos, y los lobos me dieron cariño. Amé a los árboles, y los árboles me dieron sombra. Amé a las estrellas, y las estrellas me dieron resplandor. Fui cortés con el fuego, y el fuego me devolvió cortesía. No hay milagros. Mejor, todo es milagro”.

Ahora bien, para vivir todo esto hay que andar con Dios dentro. Por eso prosigue: “El paraíso está en el corazón. Cuando el corazón está vacío de Dios, el hombre atraviesa la creación como mudo, sordo, ciego y muerto; inclusive la Palabra de Dios está vacía de Dios. Cuando el corazón se llena de Dios, el mundo entero se puebla de Dios. Levantas la primera piedra y aparece Dios. Alzas la mirada hacia las estrellas y te encuentras con Dios. El Señor sonríe en las flores, murmura en la brisa, pregunta en el viento, responde en la tempestad, canta en los ríos… Todas las criaturas hablan de Dios cuando el corazón está lleno de Dios”.

También en el fuego rusiente cauterizador. Seguimos con la historia otro día, Dios mediante.

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Sábado 12 Junio, 2021

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Juan Luis Mendoza

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