Los “amigos” del jubilado en soledad

Gerardo Castillo Martínez

Como si fuera poco adaptarse a una etapa de vida de por sí difícil de asimilar, según la experiencia de cada cual, sea esta económica, social, física, etaria o emocional, o una mezcla de todas ellas, existe un estigma entre la población en general, la Gerontología, el Derecho Actuarial y quizás también en algunas ramas de las Ciencias Sociales, dependiendo del enfoque teórico abordado, de que la persona que se jubila ha concluido su fase productiva. Valga decir, “no puede” generar más productos o servicios a lo obtenido al final de ciertos años de trabajo, indiferentemente si la cantidad mínima de años laborados y las cuotas aportadas al régimen de seguridad social para hacerse acreedor al monto de la pensión respectiva, se equipara o no con el “límite” que la sociedad “dicta” en relación con el “momento” en que el jubilante ya no es capaz de crear valor más allá de ciertos parámetros de productividad.
No solo en el pensamiento y la formalidad dominante sino también en el lenguaje, que es reflejo de la cultura, se “condena” a quien “opta” por salirse del circuito económico remunerado. En las acepciones que el Diccionario Pequeño Larousse otorga al término “jubilado”, leemos: “Desechar por inútil una cosa”, o “Venir a menos, decaer, abandonarse”. Distinto al concepto de “júbilo” en esa misma referencia, cuya raíz etimológica nada tiene que ver con el significado anterior, por cuanto señala: “Alegría que se manifiesta vivamente”, o “Contento, gusto, placer, satisfacción”. Por tanto, la persona jubilada no se igualaría necesariamente con alguien que está alegre por estar en esa condición, o que está feliz por extensión.
Como no puede inferirse de modo determinativo que quien se “aparta” después de muchos lustros en la organización, es porque va a estar “alegre o feliz”, en esa medida no debe generalizarse la situación anímica en que estará la persona llegado el tiempo de “vivir” en ese nuevo estadio social. Al margen de las personas que no arreglaron -porque no pudieron o descuidaron resolver- con antelación sus problemas económicos, de pareja o sus vínculos con sus vástagos, el caso de quienes se acogieron a la jubilación estando solos, por divorcio, viudez, sin un compañero o compañera o debido a que así decidieron mantenerse, o que no continuaron o empezaron un proyecto de vida que los tuviera ocupados “matando los calendarios”, o aun teniendo algo que hacer que les depare satisfacción a su mente y cuerpo. Lo cierto es que la soledad que se siente o se percibe, una vez hechos los quehaceres normales dentro del hogar y las diligencias esporádicas fuera de la casa, y posterior a reparar en la gran cantidad de horas “sobrantes” que le quedan para “terminar el día”, se comienza a crear, por necesidad…, un círculo de “amigos” y “amigas” que a pesar que no “hablen” proveen el “pretexto” perfecto para “consumir” los minutos y las horas eternas para no ver ni pensar en la etapa en que se está.
Refiero a las “amigas” llamadas computadora e impresora, y a los “amigos” conocidos como teléfono, televisor, libros y carro, sin dejar de mencionar las “conversaciones íntimas” consigo mismo y con los “parientes” enmarcados en las fotos colocadas en algún menaje o colgadas en la pared, todo en aras de “vencer” a la soledad. Se llega a establecer tal vínculo…, que los convertimos en los recursos “aliados” para sobrellevar las semanas, los meses, y talvez los años, que, de conformidad con la “expectativa de vida”, cuando no por una interrupción… derivada de un accidente, una enfermedad terminal o de un asesinato, cumpliríamos con el último hálito de vida en esta tierra. No, no es fácil llegar y estar solo en la jubilación. Sin embargo, hay que subsistir…, tratando de que la calidad de vida sea la mejor posible.

*Politólogo
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Miércoles 02 Diciembre, 2020

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Gerardo Castillo Martínez*