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Opinión

Se impone el cambio

Juan Luis Mendoza

En un escrito anterior, dejamos a Francisco platicando con el cardenal Hugolino, cada cual exponiendo su punto de vista con respecto a su persona y la Fraternidad. El purpurado le advierte que le parece, y con él a muchos, que es un poco temerario al enviar tan pronto y sin una debida organización a los hermanos a evangelizar países lejanos. Y esto fundándose en la manera de ser Jesús y según sus enseñanzas. El cardenal interviene para preguntarse y preguntarle: “¿Quién es el hombre para medirse con Dios? ¿Dónde está el hombre que pretenda emular a Cristo? Estaríamos mucho más allá de la temeridad; eso sería atrevimiento; y, más al fondo, necedad”. Lo mismo piensan los ministros e intelectuales de la Orden que suplican al cardenal les siga ayudando en ese sentido.
Hugolino insiste: “Bueno es el espíritu y la libertad, pero si no son canalizados en sus debidos cauces, se descontrolan primero, luego arrasan todo lo que encuentran, y al fin desaparecen en la más completa esterilidad. Temo que algo de eso suceda a tu Fraternidad”. Francisco calla, como dándose por vencido. El cardenal sigue: “Tres mil hombres vagando por el mundo sin casa ni convento, ¡no puede ser! ¿Por qué no crear unas pequeñas estructuras? ¿Unos conventos sólidos, pero humildes? ¿Una preparación intelectual, apta para el servicio en la Iglesia? ¿Una cierta estabilidad monacal?” Francisco no responde. Hugolino y él se mueven en órbitas distantes y opuestas. Nada qué hacer.
El contraste radica, insiste Francisco, en los puntos de vista de unos y otros: los intelectuales de la Orden proponen un ejército, bien preparado y bien disciplinado, al servicio de la Iglesia. “Señor cardenal, observa Francisco, es el lenguaje de los cuarteles: ¡Poder! ¡Conquista! Yo tengo otras palabras: ¡Cuna! ¡Pesebre! ¡Calvario! Lo otro es el instinto salvaje del hombre y el soldado que se lleva dentro y que, engañado en sus apariencias, quiere a toda costa sobresalir, mandar y dominar. Todo lo contrario es lo que nos enseña Jesús y su Evangelio: pobreza, humildad, impotencia, servicialidad…
El Padre Larrañaga, por su parte, añade: “Hugolino callaba. Estaba vencido, pero no convencido. Le parecía que todo eso era verdad. Pero si se comenzaba por aceptarlo todo indiscriminadamente, ¡tantas cosas tendrían que cambiar en la Iglesia desde las raíces. Era demasiado. Le parecía magnífico que en la Iglesia hubiera estos carismas, pero tenía que haber de todo”. ¿Y qué pasa con los hermanos enviados por el mundo? El Padre Larrañaga señala que “fueron considerados como herejes o locos, y tratados como tales. Este nuevo fracaso fue una formidable arma en manos de la oposición”. Este sentimiento de fracaso entristece a la mayoría de los hermanos y no pocos hasta empiezan a avergonzarse de la simplicidad e ineptitud del fundador.
Aquí dejamos la historia y saltamos al año 1219, Pentecostés en que se celebra en la Porciúncula una nueva asamblea general. A estas alturas, nota el Padre Larrañaga, “la oposición se había fortalecido y, habiendo perdido el respeto a Francisco, actuaba ya abiertamente”.

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Sábado 21 Noviembre, 2020

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Juan Luis Mendoza

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