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Opinión

Trato humano

Juan Luis Mendoza

Arranco con esta afirmación del Padre Larrañaga: “Francisco, en poco tiempo, había vivido mucho. Desde que el Señor le dio hermanos, no había salido de ese campo de batalla que llaman el trato humano. Y en ese campo había aprendido muchas cosas”. ¿Como cuáles que nos sirvan en la práctica a nosotros?

Por ejemplo, el orden y el desorden, y el amor en ambos. En una familia, comunidad religiosa, institución, y en la sociedad entera hay que salvaguardar el orden sobre la base de que se tenga en cuenta la fragilidad humana. En efecto, el orden exige el sometimiento de los díscolos, ante todo pensando en su propio bien, amén de los demás. No se concibe una sociedad bien constituida, “de derecho”, que decimos, sin que en ella se imponga el orden. Pero ¿y cómo proceder? El Padre Larrañaga pone esta reflexión en boca de Francisco: “Es necesaria la corrección fraterna, la amonestación, alguna vez la velada amenaza, con tal de que todo eso se haga con paciencia y dulzura”. El dicho antiguo: “Suaviter et fortiter”, suave y fuertemente. Concluía: “No hay sociedad sin orden, pero ¿no es la sociedad para el hermano?”. Aquí aquello del Evangelio de Jesús: “No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre” (Marcos 2,27). Por su parte, el Padre Larrañaga advierte que “nunca, sin embargo, se perdió Francisco en esas lucubraciones. Siempre creyó en el amor como la suprema fuerza del mundo”.

Y con él y el mismo Francisco, nos vamos lejos, mucho más lejos del orden, la sociedad, la disciplina, la corrección, la observancia regular…, nos vamos al problema de la redención. En efecto, observa el mismo Padre Larrañaga, “la vida le había enseñado que la corrección asegura el orden, pero que solo el amor redime. No se puede descuidar el orden, pero es insustituible el amor”. Y es que en el fondo de toda rebeldía y mal comportamiento hay una falta de amor, un rechazo. Yo mismo lo he percibido especialmente siendo capellán de cárcel. Y entonces el amor es el que libera, sana y salva. Francisco lo sabe, y aplica el remedio: “… ama a los que hacen esto. Ámalos precisamente en esto…”, repite. Amar al malportado: “que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiese pecado, se aleje jamás de ti, después de haber contemplado tus ojos, sin haber obtenido tu misericordia”. Así se expresa y así actúa Francisco. Y así nosotros también.

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Sábado 08 Agosto, 2020

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