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Opinión

Renovado espiritualmente

Juan Luis Mendoza

Son ya ocho los hermanos, y todos dejan la Porciúncula para hacer su apostolado. Francisco lo hace con uno, cuyo nombre se desconoce, y se encaminan hacia Rieti, pasando por Espoleto, los montes Sabinos, Terni, Poggio Bustone y otros más. Nuestro protagonista, en un momento dado y mientras siguen caminando por montañas y barrancos, pide quedar solo para enfrentar lo que el padre Larrañaga llama “una crisis espiritual”.

Vamos a resumir el episodio. Se siente frente a él y la fraternidad recién fundada, inseguro e incapaz. Ha sido testigo de buen número de gratuidades y consolaciones, pero ahora se apodera de él la duda. Es sólo un pecador, sin perdón posible, y así se ve, envuelto en sombras de muerte que no puede ahuyentar. Al fin, el origen puede estar en que en vez de fijarse en el Otro, confiar y alegrarse en Él, lo hace en sí mismo, que es además responsable de los nuevos hermanos. 

El padre Larrañaga describe así la situación: “El Pobre de Asís que siempre vivió mirando a Dios, en esta emergencia comenzó a mirarse a sí mismo, y se apoderó de él una viva impresión de no valer nada, de no tener preparación ni cualidades para conducir un pueblo de hermanos y, para mal de males y peor que todo, ser infiel y pecador. El pobre Hermano debió de vivir una situación desesperante”.

El comienzo fue bueno y convincente: vivió literalmente el Evangelio, aunque para algunos pareciera un escándalo por lo raro de tal vida. Y, claro, al volver sobre él y verse un pecador e inútil, ¿qué esperar, qué hacer? El mismo padre Larrañaga concluye: “No tenía salida. Encerrado en sí mismo, el pobre Francisco fue rodando por la pendiente de la inseguridad, de la duda y la desconfianza. La angustia se le metió como una crecida de río e inundó todo su ser”.

¿La solución? La había, salir de sí mismo y echarse en brazos del Padre Dios, y dejarle hacer a Él. Él es el único y no hay otro para hacer lo que hay que hacer. Eso es todo. Y ahí está el descanso y fortaleza, la seguridad y la alegría. Al entender y empezar a vivir esta realidad, Francisco experimenta cómo sale de sí, de su “yo”, y es trasvasado en otro, es decir, el mismo Dios, ocupado totalmente por Él. Sin duda que se trató de una gracia, otra experiencia infusa, potentísima. De ahí que el antiguo cronista Celano, después de narrar ampliamente el episodio, afirma que “cuando, por fin, desapareció aquella suavidad y aquella luz, renovado espiritualmente, parecía transformado ya en otro hombre”.

En resumen, pues, es muy comprensible su situación al centrar la atención en sí, y cómo cambia al salir y abrirse a Dios, llenarse de Él, y de ese modo sentirse en paz, seguro y feliz. Así lo vivió Francisco y lo puede vivir usted también.

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Sábado 30 Mayo, 2020

HORA: 12:00 AM

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