Como humanos dejamos mucho que desear

EDITORIAL

Quienes tienen hijos a menudo acaban con el corazón hecho un puño al ver por lo que pasan muchos pequeños a manos de sus propios padres o de las personas encargadas, quienes, en lugar de procurar su bienestar, se desquitan con ellos todo lo malo que les pasa o les ocurrió en la vida.

No pudimos dejar de sentir un nudo en la garganta al enterarnos sobre la noticia de un bebé de tan solo 13 días de nacido que murió, según autoridades judiciales, por el síndrome del niño agredido.

Y ahora se suma el caso de un menor de 5 años que al parecer también falleció víctima de agresiones por parte de sus padres, de hecho, según los vecinos, el menor siempre andaba con golpes visibles en muchas partes de su cuerpo.

Pero habrá que esperar el resultado de la autopsia para saber a ciencia cierta la causa del deceso, porque ahorita podríamos estar todos especulando e incluso declarando culpables a un par de inocentes, sin embargo, hasta que no se compruebe lo contrario, los progenitores deben ser investigados y no podrán tener bajo su custodia a sus otros dos niños.

La información preliminar no debe sacarnos de la cabeza que el modo de actuar de los seres humanos hoy en día deja mucho que desear, porque resulta inconcebible que se tenga el corazón tan duro como para agredir a un pequeñito recién nacido.

No se puede entender de ningún modo que este bebé, el cual si acaso había visto la luz de este mundo, muriera a manos de sus progenitores, quienes ni tan siquiera le habrían dado chance de percatarse de su condición humana.

Pero este no es el único caso de agresión, ni podemos decir que dichos golpes y negligencias resulten cosa de un día. Lamentablemente, las estadísticas nos confirman que los seres humanos estamos muy mal, porque cómo es posible que, en lo que va del año, ya se reportan 20 mil denuncias respecto a esta problemática.

Lo más difícil del tema consiste en pensar cuántas agresiones están sucediendo en los hogares costarricenses sin que se informen a las autoridades, criaturas que quedan entre las cuatro paredes de una casa con marcas imborrables en sus corazones.

Asimismo, se torna igual de preocupante saber que en ocasiones hay denuncias y la ayuda se presenta muy tarde. Incluso, en muchos otros casos ni llega, como sucedió con esta familia a la cual quizá, si se le hubiera dado el seguimiento respectivo, hoy no se estaría llorando la muerte del pequeñito.

Lo anterior porque a esta madre ya la habían acusado sus mismos vecinos pues el niño del medio, que no llega ni a los dos años, se encontraba jugando fuera de su casa sin ninguna vigilancia y ella alegó que se le había escapado.

Nos preguntamos entonces: ¿Cómo un niño que apenas camina pudo haberse escapado de su hogar? Y, peor aún, ¿dónde estaban los adultos que debían estarlo cuidando? Por si las autoridades no lo saben, eso se cataloga como negligencia.

Y tal vez si se le hubiera dado la atención necesaria a este tema hoy el bebé recién nacido estaría entre nosotros, quizá con otros familiares que no fueran sus padres, pero en buenas manos.

Es nuestra obligación denunciar cuando presenciemos un abuso, que no nos callemos por lo que pueda pasar, porque el silencio representa la diferencia entre la vida y la muerte de un niño, y nos hace cómplices de esos actos de violencia.

Seamos conscientes, no se traen niños a este mundo para hacerles daño ni mucho menos para desquitarnos con ellos las cosas que nos pasan en el trabajo o en otros ámbitos de nuestra vida, pues ellos no pidieron nacer.

Además, tenemos el deber de formar adultos responsables, que aprendan que no todo en la vida se resuelve a golpes, que las diferencias de criterio con las otras personas no se arreglan mediante la violencia y que, cuando tengamos cólera, lo mejor es respirar hasta sentirnos más tranquilos.

Y tomemos en cuenta que la violencia no la constituyen solo los golpes, también las palabras hirientes, los abusos sexuales y hasta la negligencia, aquellas mamás y papás que dejan tirados a sus hijos por irse de fiesta, las que prefieren ir al salón a ponerse guapas que comprarles a sus hijos un medicamento, quienes cuando consiguen nueva pareja se olvidan de que tienen hijos…

En este país, la agresión infantil lastimosamente se ha escapado de nuestras manos. Ya en su momento, hace unos años, la habían decretado como epidemia nacional por las cifras tan alarmantes dadas a conocer por el Servicio de Trabajo Social del Hospital Nacional de Niños (HNN), sin embargo, como siempre en este país, dicha alerta no pasó de una firma con foto.

¿Qué pasó con la declaratoria de epidemia nacional? ¿Cuáles son los resultados de las mesas redondas que autoridades del Ejecutivo, del Patronato Nacional de la Infancia, el Ministerio de Salud y la Defensoría de los Habitantes tuvieron junto a los jerarcas del Hospital de Niños para minimizar estos hechos violentos? ¿En qué paró la marcha contra la violencia infantil? ¿Y la conciencia social?

Nada hacemos tirándonos a las calles a marchar si dentro de los hogares costarricenses no hay un cambio real, los niños aún destacan como potenciales víctimas de agresiones, abusos y negligencias que ponen en peligro sus vidas.

Lastimosamente, todo sigue igual. Si la cantidad de pequeños agredidos va en aumento, significa que la mente pronto olvida y la sociedad no es consciente del flagelo tan horroroso que se camufla.

En nuestras manos queda cambiar el destino de los pequeños que sufren agresiones de todo tipo a manos de quienes deberían cuidarlos y amarlos. ¡Denunciemos! ¡No seamos cómplices de estos ataques que no solo marcan el cuerpo, sino que dañan el alma para siempre!

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

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Viernes 10 Mayo, 2019

HORA: 12:00 AM