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Opinión

¿Estamos al borde de una crisis económica?

Luis Paulino Vargas Solís*

He de reconocer que, en efecto, se han venido acumulando condiciones para algo que amenaza ser una severa tormenta. Pero lo digo desde un enfoque que difiere ampliamente de la posición dominante sobre el problema fiscal. Lo resumo así: aun admitiendo que el problema fiscal tiene sus peculiaridades, no es un problema en sí mismo, o lo es solo en parte; principalmente es un problema derivado de otras situaciones más profundas y de mayor peso y significación.

 

Nótese:

 

1. Es cierto que desde 2009 y hasta la fecha, el gasto del Gobierno Central –en especial los rubros de remuneraciones y transferencias, y más recientemente el de intereses– tiende a crecer por encima del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB: medición monetaria de la producción nacional de bienes y servicios). Pero también es verdad que durante este período el PIB crece un 30% por debajo de sus estándares históricos previos a 2009. Mucho de aquel crecimiento del gasto se habría diluido sin grandes efectos en el déficit fiscal y la deuda pública, si la economía hubiese crecido al menos al ritmo que le era usual en otras épocas. Lo ilustro con un simple ejemplo aritmético: imaginando una inflación del 3% anual, no es lo mismo que el gasto (nominal) crezca un 10% al año, cuando el PIB (nominal) crece un 6% que cuando crece un 9%. En el primer caso, las consecuencias acumulativas son realmente graves (es, a grandes rasgos, lo que venimos experimentado). En el segundo serían mucho más benignas.

2. Es cierto, como llevo dicho, que la economía ha perdido dinamismo de una forma al parecer permanente, es decir, pareciera haberse instalado en una “nueva normalidad” situada varios escalones por debajo de su “vieja normalidad”. Pero el problema no es tanto que el PIB haya crecido de forma relativamente lenta, sino que la capacidad de la economía para generar empleos se ha averiado gravemente. En general, cualquiera sea el indicador que consideremos, los datos resultan invariablemente deprimentes, y mucho más en el caso de las mujeres, las juventudes y las personas mayores. Con dos agravantes. Primero, es un problema que se volvió crónico: inició en 2009 y no ha manifestado mejora significativa alguna al cabo de todos estos años. Segundo: el estancamiento, incluso retroceso, del poder adquisitivo de los ingresos, durante todo ese largo período, lo que, a su vez, propicia un endeudamiento creciente de las familias, en procura de lograr ilusorios niveles de consumo.

3. La mezcla de una economía que perdió empuje con crónicos y agudos problemas del empleo y persistente estancamiento en los ingresos de las familias, conlleva efectos devastadores sobre los ingresos gubernamentales. Esto se ve agrandado por la inequidad del sistema tributario, los altos índices de fraude fiscal y las exenciones a favor de las actividades más dinámicas, en especial zonas francas.

4. Lo que indico en el punto 1) más lo señalado en el 3) apuntan en una dirección: en medida sustancial, el problema fiscal que enfrentamos ha surgido de factores estructurales profundos, asociados a los graves defectos y limitaciones que caracterizan la estrategia de política económica y la concepción de desarrollo dominantes. Bien podríamos hablar de una crisis que se despliega en cámara lenta, dentro de la cual lo fiscal es un problema entre otros. No es el factor fundamental –de hecho es, en parte importante, un problema derivado– pero si tiene el potencial para gatillar el aceleramiento y agudización repentinas de aquella crisis que hasta ahora ha tenido manifestaciones relativamente atenuadas.

¿Y por qué la economía ha retrocedido a esa nueva y deprimente normalidad, con un dinamismo empobrecido y, sobre todo, con una capacidad de generación de empleos gravemente disminuida?

La explicación estándar que el discurso hegemónico ha impuesto, quiere atribuirlo al déficit fiscal. Pero esta es, en realidad, una excusa ideológica muy burda, la cual atribuye a los llamados “agentes económicos” una capacidad para comprender el déficit y visualizar sus posibles consecuencias futuras, que es completamente ajena a la realidad de cualquier ser humano. Los supuestos de racionalidad a que aquí se apelan, son tan absurdos (y la teoría subyacente tan comprobadamente incoherente), que insistir en esto resulta tan solo una majadería y una irresponsabilidad.

La economía ha perdido dinamismo porque la planta empresarial costarricense ha ido perdiendo mercados, y pierde mercados porque sus niveles de productividad son muy deficitarios lo que, a su vez, determina una competitividad declinante. Todo lo cual es fruto de una combinación de factores muy complejos y profundos, que rápidamente sintetizo:

1. Deficiencias y rezagos en la infraestructura, que son el resultado acumulado de más de 30 años de restricción de la inversión pública, conforme la receta de acatamiento obligatoria impuesta por la visión ideológica dominante.

2. El crédito caro y, en general, el sesgo rentístico y la ineficiencia derivada de una “apertura bancaria”, que privilegia el negocio financiero fácil y la deuda de familias y personas (principalmente deuda para consumo y vivienda), con abandono de la inversión productiva que permita modernizar la planta productiva, elevar la productividad y generar empleos. Sin exageración podemos decir que este sistema financiero vampiriza la economía real.

Banco Central: guardián de los intereses financieros

3. Ese sesgo hacia lo financiero, que refleja el predominio de intereses rentísticos y especulativos ajenos a la producción y el empleo, se manifiesta también en la revalorización del colón frente al dólar, una tendencia de muy largo plazo que empezó a manifestarse desde finales de 2005 y que, pasado todo este tiempo, sigue lejos de haberse corregido, con la entusiasta complicidad de un Banco Central, apegado a una ortodoxia de las catacumbas. Ello es fruto de la apertura irrestricta a los flujos de capitales financieros y se asocia con el sesgo hacia la deuda de consumo en moneda extranjera –y, más en general, la deuda de las familias– más que la deuda que propicia la inversión productiva. Cierto que el financiamiento del déficit fiscal recurriendo a colocación de bonos en moneda extranjera (principalmente en el cuatrienio 2012-2015) agravó el problema. Pero lo cierto es que éste empezó a manifestarse mucho antes, y ha seguido vivo después de que se agotó ese mecanismo de financiamiento externo del déficit fiscal. La artificiosa situación del tipo de cambio impone una carga desventajosa para muchos sectores de la economía: desde el frijolero que se ve perjudicado por la importación de frijoles chinos al pequeño exportador de flores o chayotes. Pero intentar corregirlo es muy peligroso justo porque el nivel de endeudamiento en dólares de personas y empresas cuyos ingresos son en colones, es considerablemente alto. Aquí claramente hemos quedado atrapados en un callejón sin salida. Pero eso es secundario frente a los riesgos que ello conlleva, porque bastaría un pequeño fallo, algún desajuste imprevisto en el manejo de la deuda pública, para que se dé lugar a un círculo vicioso de pánico que, eventualmente, repercutiría en el tipo de cambio, con consecuencias indeseables.

4. El error de apostar a una “estrategia de desarrollo” que pone la casi totalidad de los huevos en la canasta de las transnacionales de zona franca, con limitadísima capacidad de generación de empleos, vínculos muy débiles con el resto de la economía y mínima contribución a las finanzas públicas.

5. La cultura empresarial costarricense, en general conservadora, limitada en su capacidad de innovación, proclive a confundir eficiencia con explotación, lo que acarrea desmotivación por parte de sus trabajadoras y trabajadores, con negativos efectos en la productividad.

6. El discurso usual enfatiza el problema del exceso de trámites, que sin duda incide negativamente, aunque frente a las cuestiones antes anotadas, no pasa de ser una molestia muy secundaria. El precio de la electricidad es también lugar común, jamás demostrado convincentemente con datos fehacientes.

Ninguna de las propuestas hasta ahora formuladas, toma en consideración este complejo y problemático trasfondo. Todas optan por el atajo de la austeridad. En el caso del gobierno, mediante una combinación de mayores impuestos y recorte de gastos. La mayoría de los partidos, el poder mediático y las cámaras empresariales básicamente coinciden con ese abordaje. Los sindicatos, en propuestas técnicamente muy bien formuladas, eligen el camino de un considerable incremento de la carga tributaria, algo sin duda necesario en el mediano y largo plazo, pero de efectos potencialmente dañinos en el contexto de la persistente atonía económica que enfrentamos. También esta propuesta sindical tiene un sesgo austeritario: “sacar” de la economía entre un 3 y un 4% del PIB en nuevos ingresos tributarios podría ser un golpe difícil de asimilar por una economía tan frágil.

La reactivación de la economía y el empleo, acompañada de un proceso de ajuste fiscal que se gradúe de forma cuidadosa a fin de que no entorpezca esa reactivación, es la única vía saludable, que minimice costos. La economía necesita echar músculo para manejar el problema fiscal, y la austeridad fiscal –en sus diversas expresiones– obliga a una dieta de adelgazamiento que inevitablemente la debilitará.

Nadie ha hecho propuestas serias en materia de reactivación (aunque personalmente lo he intentado reiteradamente. Con el debido respeto, he de decir que tan solo se proponen simplezas que reflejan mucha ignorancia. En todo caso, reactivar la economía y el empleo, es una cuestión política, muchos más que técnica. Pero lo político aquí es de una enorme complejidad: trasciende las capacidades de cualquier gobierno. O nace de una gran decisión nacional encaminada a hacer lo que se necesita hacer, o el intento de resolver el problema fiscal inevitablemente redundará en un severo retroceso económico y social, y en una agudización del conflicto político.

Querría poder decir otra cosa. Lamento no poder hacerlo.

 

 

•Publicado en el blog del autor “Soñar con los pies en la tierra”.

*Director Centro de Investigación en Cultura y Desarrollo (CICDE-UNED).

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Martes 21 Agosto, 2018

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