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Opinión

Los DESC y el Plan de Esquipulas que faltó

Pablo Barahona Kruger*

Los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC) han recobrado su vigor original, logrando retomar aquel impulso que, ciertamente, nunca debieron perder. Incluso, podría decirse sobre los DESC, que “están de moda” internacionalmente. 

Pero si esa es su ventaja temporal, también haríamos bien en advertir que ese es su mayor riesgo, siendo que las modas son pasajeras y los derechos humanos jamás pueden estimarse como meros impulsos coyunturales. A riesgo de desconocerles, por esa vía de la temporalidad o superflua “moda” política, su inherencia y universalidad. 

Los DESC son, en el fondo y por el contrario, un grito fundado en la justicia social más elemental. En ningún caso, hay que decirlo, pueden ser tenidos como un berrinche circunstancial, ni mucho menos como una rabieta de los excluidos o una posición ideológica de izquierdas persistentes. Mucho menos como un privilegio que el Estado puede –o no- reconocer y conceder. Se erigen como una obligación irreductible y, a su modo, también como una suerte de reto insoslayable. 

Deuda de Esquipulas. Sea porque se impuso la realidad de una mesa de negociación diplomática muy complicada, o bien porque no interésó a aquellas élites ochenteras, es lo cierto que la inequidad desbordada en la Región Centroamericana fue ignorada como epicentro de todos los movimientos telúrico-revolucionarios que propiciaron la violencia palmaria de aquel entonces. 

En esencia, ese desplazamiento del problema central (insostenible inequidad) significa que la injusticia sufrida por los pueblos centroamericanos quedó intocada, ignorada y para redondear las cuentas: invisibilizada. 

Nunca sabremos si tal omisión de fondo se instaló por las dificultades propias de aquella mesa de negociación (imposibilidad material) donde concurrieron ideologías, egos e intereses de Jefes de Estado realmente dispares, cuyo mérito sigue siendo enorme, precisamente por sobreponerse a tales diferencias para negociar y pacificar, con los efectos civilizatorios, innegables y duraderos, que todos conocemos y reconocemos. 

Pero nunca sabremos –veníamos diciendo- si tal falta histórica se debió, más bien, al deliberado cálculo (antiético e históricamente chato) de las élites centroamericanas, siempre refractarias a todo lo que signifique redistribuir progresivamente la riqueza, así sea la única forma de civilizar la coexistencia social y regional. 

Otro Esquipulas hizo –y sigue haciendo- falta. El que atacaba las causas de fondo y ya no solo las derivas exógenas del conflicto bélico centroamericano de aquellos tiempos. 

Guardando las distancias entre las guerrillas de entonces y las pandillas de hoy, así como entre los revolucionarios políticos de antes y los criminales organizados actuales, habida cuenta, además, del respeto que merecen los unos y el desprecio con que castigamos a los otros, viene siendo una verdad palmaria a estas alturas del siglo XXI, que el caldo de cultivo de la violencia hoy día sigue nutriéndose del mismo sustrato que vitaminó el conflicto de aquellos tiempos: la pobreza. 

Salvo excepciones curiosísimas que no hacen sino confirmar la regla, los muchachos que se vinculan tempranamente a las bandas criminales en todo Centroamérica son excluidos por partida triple: rezagados del sistema educativo, marginados de la cultura de legalidad, e ignorados por la economía formal. En síntesis: olvidados por el sistema político. 

La pobreza como exclusión supone, esencialmente, el más penoso sentimiento humano: el olvido.

Violencia y DESC. El péndulo histórico muele lento pero seguro. 

Hoy se impone nuevamente la necesidad de acudir al gran Francisco Morazán. Y no asomando de reojo, sino de frente y abrazando su idea de fondo. Reconociendo que nuestra región centroamericana es muy pequeña, casi íntima, y mal haríamos en continuar negando que los problemas compartidos más acuciantes obligan al diagnóstico y abordaje conjunto. En cuenta la inseguridad, la migración, el desempleo, la contaminación, la incultura e ineducación, y en el fondo el denominador común de todas estas dolencias históricas: la pobreza.

Los DESC plantean una inigualable hoja de ruta para los Estados Centroamericanos que, recelosos entre sí, han condenado a la marginación a su propio Sistema de Integración (SICA). Seguramente, el más desintegrado de todos los experimentos regionales de América. 

Vinicio Cerezo, a no dudarlo, tiene el honroso encargo de resucitarlo. Hoy, más que nunca, sería un craso error sepultarlo en los interregnos de una burocracia desbordada –y muy cara- y la anomia de estructuras políticas descontextualizadas y desarraigadas. 

La reciente fundación de una Relatoría Especial dedicada a los DESC en el seno de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos es otro buen mensaje.

Hoy el nuevo nombre de la paz en Centroamérica es: ¡Inclusión! 

 

*Profesor universitario, [email protected]

 

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Martes 27 Marzo, 2018

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