Al César lo que es del César
Rodrigo Madrigal Montealegre
En situaciones difíciles, es importante recordar el consejo de Napoleón: “De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.”
Alarmados por el rumbo inesperado que han tomado las elecciones recientemente celebradas en nuestro país, ya que nos puede conducir a condiciones peligrosas, nos sentimos obligados a dar la voz de alerta.
Por la enorme potestad del Estado, por la importancia de su impacto en la vida de una sociedad cada día más compleja, ésta debe ser gobernada con la mayor seriedad por ciudadanos con las mas elevadas credenciales de mandatarios, porque no se trata de un circo conducido por bufones.
Además de ser inmoral e irresponsable, provocaría un vacío de poder si asumieran el gobierno unos neófitos propinando palos de ciego en las altas esferas estatales o convirtiéndonos en el hazmerreir del mundo en los foros internacionales.
Después de siglos de sangrientas luchas religiosas, atizadas con la hoguera del fanatismo, del dogmatismo y de estériles discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles, se llegó a la sabia conclusión de que era mejor separar las dos esferas y darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Así mismo la arrogante pretensión de ser reconocido como ungido celestial mediante una legitimidad extemporánea que derivada del derecho divino de la Edad Media y que sólo se atrevió a desempolvarla el generalísimo Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios.
Parte de la responsabilidad de la sociedad enferma en que vivimos se le debe a sectores sociales poderosos, a políticos sin convicciones y a una Iglesia senil que ha descuidado su misión, a la que el Papa Francisco lucha por rescatar.
Respetamos las convicciones religiosas e ideológicas inspiradas en elevados valores morales. Pero repudiamos enfáticamente como inescrupulosos a aquellos que se atribuyen dones divinos, poderes supra naturales o falsas curaciones ejecutadas con fingida teatralidad.
Se trata del las sectas que intentan aprovecharse de la ignorancia, la credulidad y la buena fe para manipular, lucrar y abusar. Pero más indignante es la insolente arrogancia con la que sus voceros anuncian vocinglera y triunfalmente, por los medios que controlan, la inminente posesión de un territorio conquistado como un botín.
Solo con patriotismo y en la urnas podremos cumplir con el deber de evitarlo.
