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Opinión

Cuba respaldó invasión a Calero

José María Penabad López

“Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. La frase histórica del francés Bertrand Duguesclin, para ajusticiar a Pedro el Cruel, a favor de Enrique de Trastamara (1369-1504) viene a cuento para justificar el alegato que sigue respecto a las hipocresías diplomáticas. En este caso, pues, solemnemente, mi Señor es la Verdad.

 

La caravana oficial que viajó a Cuba, arropando al Presidente de la República, cruzó la raya de la prudencia. Y el canciller González rebasó los límites del quehacer diplomático, afirmando situaciones que desplazan los hechos hacia el paraíso de la utopía.

 

El expresidente Óscar Arias y su canciller Bruno Stagno fueron los que tomaron la decisión de reanudar, establecer, relaciones con La Habana. La Historia es terca, pero testimonial. El que escribe fue designado primer embajador de la apertura. Las cartas credenciales ante Esteban Lazo, actual presidente de la Asamblea del Poder Popular.

 

(Comunicado/decreto presidencial, a las 9:29 horas del día 18 de marzo del 2009 anunciando las reinstaladas relaciones. Firma el presidente Óscar Arias Sánchez que, al tiempo, nombra embajador en La Habana a José María Penabad López).

 

El expresidente Mario Echandi (1958-1962) advirtió a la Revolución cubana que un fusilamiento más y rompería los lazos de amistad con la isla. El mandatario cumplió su palabra —como siempre— y la misión costarricense abandonó los aledaños del Malecón porque las ejecuciones, juicios sumarísimos de los entonces barbudos, se multiplicaron.

 

Enerva la retórica engolada del señor Manuel González, canciller de turno. Afirma que ahora Costa Rica tendrá relaciones “plenas” con el gobierno de La Habana. No precisa la definición que concede a las palabras plenas relaciones porque para el común samaritano, cuando ya existe mutua estimación diplomática, es sin recovecos, total.

 

La suspicacia popular agrega pensamiento al bla, bla, bla del Canciller. Es “plena relación” porque, para ello, se manifiesta y explica con la nómina abultada de viajeros, nunca antes. Para la importante Cumbre Mundial de los No Alineados, breves días en la capital de Cuba, la delegación costarricense, viaje oficial obligado, contó sólo con el canciller Stagno y dos embajadores asesores.

 

El presente comentario se escribe antes de conocerse la sentencia del tribunal de La Haya sobre el diferendo territorial del nordeste que, lógicamente, debe ser favorable al reclamo de Costa Rica.

 

Precisamente el caso de Isla Calero/Isla Portillos reaparece con la visita del presidente Solís a la patria de Martí. Y, primero, protesto: el personaje que recibe al mandatario de Costa Rica y su comitiva es un segundón, viceministro del MinRex, sin rango jerárquico para adecuarlo a la presencia de un alto dignatario.

 

El viceministro Rogelio Serra se desplazó al aeropuerto habanero para dar la bienvenida oficial, de Estado, al presidente Luis Guillermo Solís Rivera, tal como registra la versión gráfica del momento. El aludido funcionario merece atención cuidada por la característica personal que lo adorna: fariseísmo.

 

El cubano Ministerio de Relaciones Exteriores (MinRex) escogió a Rogelio Serra para ser receptor de las documentadas explicaciones sobre la invasión nicaragüense a Isla Calero. Y tal viceministro, que muchos hay, por respuesta, envolvió los claros contenidos, sin tocarlos, en un amplio sobre que regresó a mis manos por la vía normal, correo especial de las misiones.

 

Serra, sin palabras, a buen entendedor, lenguaje de silencios, irrespetuoso, decía a la Embajada de Costa Rica que el gobierno de Cuba, sus superiores en mando, respaldaban, eran solidarios con la invasión de Nicaragua. Inimaginable frustración, para el que escribe, jornada dolorosa, rabiosa, íntima, reacción reprimida al comprobarse que intereses ideológicos se sobreponen al sentido común, aupando la descarada invasión del país vecino del San Juan, repleto de armas rusas y ejército bien pertrechado.

 

Deber del canciller González o del Escritorio de Cuba, en la Casa Amarilla, es conocer los antecedentes y no lucubrar frases felices que ignoran la crudeza del pasado. Mi informe sobre “aquello” llegó en oportuna ocasión a la Cancillería. En archivo estará o perdido, a saber. Tiempo del canciller René Castro que me retiró de la misión tras 20 meses en el cargo.

 

Lo actual, imperdonable, de la Casa Amarilla es fijar la pauta novedosa que se pretende: borrón y cuenta nueva. Lo pasado corrió bajo el puente de los suspiros. Esa es la razón única del presente comentario: rendir cuentas con transparencia, porque honor, obliga. Y el que no lo entienda… ¡qué pena!

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Miércoles 16 Diciembre, 2015

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