El tiempo que vivimos
Fernando Berrocal
En relación con los temas sensibles sobre el sexo, el género y los derechos de los seres humanos sobre su cuerpo, en mi círculo familiar tenemos miembros de pensamiento muy liberal, liberal, conservador e incluso más que conservador.
Eso sí, todos nos respetamos y tenemos la capacidad de dialogar y enfrascarnos en discusiones que, al final, siempre terminan en el tema de Dios y la creación.
Todos, sin excepción, somos creyentes y coincidimos en la existencia de un Ser Superior al que llamamos Dios, que generó la creación, el universo y la vida. De otra forma nada tendría sentido.
Todos coincidimos en que espiritualidad y religión no son estrictamente lo mismo, aunque se parezcan. Algunos somos católicos y otros optaron por la reforma evangélica, pero todos con una visión Cristo-céntrica de la ética, los valores, la dignidad humana y las relaciones respetuosas entre las personas.
Me enorgullece que mis hijas mujeres y mis hijos hombres reconozcan y afirmen que nunca hicimos distinción entre unos y otros. A todos se les respetó siempre y se les enseñó a respetarse y a respetar a los otros.
En mi casa, nunca ha habido machismo ni feminismo. Juntos, en nuestra misión de padres, a los hijos les enseñamos a buscar sus propias verdades y a ser coherentes y honrados con sus puntos de vista, respetando las opiniones de los otros, aunque no siempre alcanzáramos unanimidad de criterios.
Pienso que así son muchas otras familias y que a eso nos obliga el tiempo que vivimos. En este siglo de la libertad, no se puede tapar el sol con un dedo, porque toda la información, el conocimiento y la ciencia del mundo están en las computadoras, como si fueran la más grande y completa de las bibliotecas.
En un sistema democrático, las mayorías deben respetar los derechos de las minorías y estas, a su vez, los propios de las mayorías. Ese equilibrio se está perdiendo en nuestra sociedad y sorprende tanta ignorancia y radicalismo fundamentalista sobre el Sistema Interamericano de Derechos Humanos.
No hay duda que las sentencias de la CIDH son vinculantes y de acatamiento obligatorio y, en materia de Derechos Humanos, tienen fuerza superior a la Constitución Política.
Pero, en el caso de las resoluciones consultivas, no existe una opinión definitiva y contundente entre los especialistas en Derecho Internacional y Constitucional, ni el punto está resuelto literalmente en el Pacto de San José.
Por ello, la controversia y las consecuencias legales reales de la resolución de la CIDH sobre el matrimonio de las parejas del mismo sexo es legítima y válida.
A unos y otros, sin embargo, hay que recordarles que Jesucristo predicó “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” y que, en nuestro país, hay Estado de Derecho y separación constitucional entre Estado e Iglesia.
En mi opinión profesional, corresponde a la Sala IV, por las vías procesales establecidas, resolver esta diferencia conceptual entre sentencias y opiniones consultivas y sus implicaciones reales en el ordenamiento legal costarricense.