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Opinión

Mesías de los pobres

Juan Luis Mendoza

Juan Bautista está en la cárcel de Maqueronte y desea salir de una duda con respecto a Jesús y su mesianismo. Manda, pues, a dos de sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tú el que esperamos o hemos de esperar a otros?” (Lucas 7, 28). Y es que el Bautista tiene conciencia clara de que él ha sido elegido para preceder al Mesías anunciado por los profetas, señalarlo con el dedo, prepararle la aparición y retirarse.

A estas alturas Juan está enterado de cómo Jesús arrastra multitudes a las que instruye con su palabra y alivia en sus males por medio de los milagros. Ahora bien, con respecto a estos últimos, reprime el entusiasmo del pueblo, prohíbe su divulgación y exige secreto, el “secreto mesiánico”.

El Padre Larrañaga discurre así: “Por aquellos días, el Bautista tenía la certeza, manifestada y proclamada en varias oportunidades, de que el Esperado era Jesús. ¿Cómo nació, y de dónde le venía ahora esta duda? ¿También Juan compartiría, al menos parcialmente, la concepción gloriosa y triunfal del mesianismo, que era la versión popular y oficial de Israel? ¿Tendría razón Flavio Josefo cuando nos informa que Juan fue arrestado y ejecutado porque las autoridades, en particular Herodes Antipas, vieron, en torno a su persona y actuación, un peligro inminente de efervescencia insurreccional y revolucionaria? “El que ha de venir” era una referencia explícitamente inequívoca al Mesías, y esta palabra (Mesías) significaba (¿también para Juan?) un conductor político-religioso. ¿No estaría aquí, en esta desinteligencia, o mejor, en esta divergencia de concepciones la razón de la “ruptura” de ambos profetas, y de la pregunta inquisitiva de los dos discípulos?”.

“¿Eres tú el que esperamos o hemos de esperar a otros?” (Lucas 7,28). Jesús no responde ni que sí ni que no. El autor inmediatamente citado advierte que “dejó que respondieran por él sus obras: y otra vez, por enésima vez, optó por el Mesías de los pobres, ciegos, inválidos y pecadores, tal como el Padre se lo había manifestado en el Jordán; y, haciendo referencia al espectáculo que cualquiera podía observar a diario, respondió a los dos discípulos: regresen a Maqueronte, y notifiquen a Juan cuanto han visto y oído: los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios y los pobres son atendidos preferentemente”.

No les dijo más, pero la conclusión era más que obvia: si los pobres son atendidos con singular preferencia es señal de que el Mesías ha llegado ya, pues Isaías predijo que, en los tiempos mesiánicos, los ciegos verían, los sordos oirían y a los pobres se les anunciarían las buenas noticias (Isaías 61,1). Las obras, es decir, los milagros hechos en favor de los necesitados, eran la prueba de que Jesús era el Mesías prometido, el Mesías de los pobres. No nos consta la reacción de Juan el Bautista. Para los propósitos de este escrito no nos interesa tanto. Lo que sí trae el Evangelio es el altísimo elogio que Jesús hace de Juan: “Cuando pisaron las arenas del desierto, ¿qué buscaban? ¿Una caña cimbreándose al viento? ¿Un profeta? Yo les aseguro: mucho más que un profeta. Les digo más: entre los nacidos de mujer nadie tiene la estatura de Juan el Bautista. Lo que sucede es que, mientras los publicanos y pecadores corren alegremente y se agolpan a las puertas del Reino, los doctores y fariseos se quedan, empedernidos, fuera de las murallas, frustrando así el plan de Dios”.

Y añadió Jesús: “¿Cómo se lo diré? ¿Con quién los compararé? Se parecen a los chiquillos que, sentados en la plaza, se gritan unos a otros: ‘La flauta tocamos y no bailaron; endechas cantamos y no lloraron’. Vino el Bautizador en áspero ayuno y abstinencia, y dicen: demonio tiene. Viene el Hijo del Hombre comiendo y bebiendo en la alegría del banquete, y dicen: aquí tienen un glotón y borracho. Juan se viste de soledad y silencio, y los pecadores acuden a sus pies para derramar lágrimas y lavarse en el Baño sagrado, pero los doctores permanecen fuera de las aguas. El Hijo del Hombre abandona la soledad y se sienta a la mesa con los pecadores y los agasaja, y dicen: he aquí un amigo de publicanos y pecadores”. 

En efecto, Jesús ha venido para salvar a la humanidad por medio de la palabra y la acción. Ha venido a la liberación, la alegría y la paz. Ha venido para destruir a Satanás y, en su lugar, poner a Dios Padre. Ha venido a promover los derechos de los maltratados y humillados, a convivir con los pecadores y participar en sus fiestas, aunque esto escandalice a más de uno. En fin, a la vista está, ha venido a liberar a enfermos y endemoniados, leprosos, ciegos y cojos… de sus males, a traer misericordia y gracia al mundo, a implantar en él el Reino de Dios.

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Sábado 24 Junio, 2017

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