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Opinión

Algo no estamos haciendo bien

Editorial

¿Será que no todos fuimos niños? ¿Será que también creemos que nunca llegaremos a ser adultos mayores? Las noticias de la semana pasada rompieron el corazón de muchos. 

 

Mientras en Upala las autoridades daban cuenta del fallecimiento del pequeño Alexander Méndez Espinoza, de tan solo 11 años, y de los abusos cometidos contra su hermana Teresita, de 9 años, los agentes judiciales allanaban un albergue donde al parecer maltrataban a adultos mayores en Escazú.

 

El mismo día las dos poblaciones más vulnerables de nuestra sociedad sufrían a manos de “adultos”. Sí, leyó bien, adultos entre comillas porque no se puede calificar de otra forma a una persona que debería estar consciente de su deber de cuidar tanto a unos como a otros.

 

Definitivamente algo no estamos haciendo bien como sociedad. Los menores son la base para que Costa Rica tenga un desarrollo y siga manteniendo la estabilidad que gozamos desde hace muchos años. ¿Por qué?, se preguntarán muchos. Son el futuro de cualquier país, así de sencillo. Si en lugar de cuidarlos les hacemos daño, no podemos esperar nada bueno para ese futuro. Es una regla matemática.

 

Entonces es en este punto donde debemos revisar qué estamos haciendo mal, qué dejamos de hacer o qué no estamos haciendo.

 

La respuesta inmediata viene de la Asamblea Legislativa. Más leyes, penas más altas, más castigo. Sin embargo, por más nobles que sean las intenciones, esa es tan solo una parte de la solución y quizás no la mejor.

 

La represión de estos comportamientos es tan solo la última respuesta. Queda en el medio la prevención, que implica evitar que eso suceda.

 

¿Y cómo se trabaja en prevención? Aquí es cuando entra el Estado. Todo el mundo vuelve a ver al Patronato Nacional de la Infancia, fijan sus ojos en el Consejo Nacional de la Persona Adulta Mayor, les exigen una actuación preventiva y los señalan como los culpables de cuanto sucede a niños y ancianos. 

 

Cuando terminamos de lapidar a dichas instituciones públicas volvemos los ojos a las escuelas y pretendemos que los maestros sean como la pomada canaria, que no solo impartan lecciones sino que también cuiden a nuestros hijos en todo momento, les enseñen a comportarse y ojalá pudieran ir a dejarlos a la casa. 

 

Es en este punto donde estamos equivocados. La solución del problema que enfrentan la niñez y los adultos mayores está en el hogar de cada uno de los costarricenses. Es ahí donde debe empezar a gestarse la génesis del cambio.

 

¿Dónde aprenden los niños a comportarse? ¿A quién imitan en su comportamiento cuando enfrentan situaciones difíciles? ¿Quién les enseña el respeto a los mayores y el cuidar de sus hermanos o primos menores?

 

En el hogar. Está en los padres el que ese menor aprenda a amar y cuidar a sus hermanos, primos, compañeros o vecinos que son menores que él y a respetar y ayudar a las personas de la tercera edad. No es el Estado ni la escuela la responsable de esto.

 

¿Entonces qué está pasando en los hogares? Esa es la clave, esa es la pregunta del millón de colones. El panorama es un poco sombrío. Las cifras de agresiones que proporciona el Hospital Nacional de Niños solo dejan ver que a lo interno de las cuatro paredes se está maltratando a la niñez costarricense. No esperemos que las cosas sean diferentes con los ancianos. El patrón que se aprende en la niñez se repite durante toda la vida hasta convertirnos en potenciales agresores.

 

La situación se agrava más cuando nos damos cuenta que un 50% de los agresores eran conocidos por sus víctimas, según informó el Ministerio de Seguridad Pública. Estamos dañando a quienes en algún momento depositaron toda su confianza e inocencia en nosotros.

 

La familia, como pilar de la sociedad costarricense, debe fortalecer sus valores. Debe blindarse ante males bien identificados: drogadicción, alcoholismo, pornografía, violencia, delincuencia y deshumanización. Bajar la guardia sería entregar el país a su suerte.

 

Como sociedad debemos tomar un papel más activo y denunciar todo aquello que creemos daña a estas dos poblaciones, luego cuidar a cada niño y persona mayor que veamos. Tan sencillo como interesarnos cuando vemos un niño caminando solo por zonas donde no debería estar, preguntar si alguien lo conoce, si la escuela o su casa quedan lejos, alertar a la policía.

 

Es mentira que no nos damos cuenta de lo que pasa en nuestros barrios, es mentira que no conocemos a los hijos de nuestros vecinos; si es así, si no sabemos lo que pasa ni los conocemos, entonces estamos mal.

 

La muerte de Alexander, el sufrimiento de Teresita y los ancianos olvidados en hogares donde los maltratan son tan solo el reflejo de la sociedad que estamos construyendo, de lo que vamos a seguir viviendo si no cambiamos de actitud. La indiferencia nos está matando, así de sencillo.

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Martes 26 Mayo, 2015

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