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Opinión

Al pan... pan

En Costa Rica, desde hace años, se han presentado varios proyectos de ley que pretenden aprobar el “matrimonio” homosexual o la equiparación de las uniones homosexuales al matrimonio entre hombre y mujer.


Muchos costarricenses no están de acuerdo con las uniones homosexuales, pero tienen miedo de intervenir en el debate nacional para no aparecer como intolerantes. Muy hábilmente quienes promueven la agenda homosexual afirman –con falsedad— que oponerse al “matrimonio” entre personas del mismo sexo los discrimina, y con ello, supuestamente se les violan los derechos humanos. Alegan que en el pasado fueron discriminados los esclavos, los negros, los judíos, y que en la actualidad se hace lo mismo con los que quieren contraer matrimonio con personas del mismo sexo.


En realidad no es lo mismo. Aquí el asunto no es si un ser humano siente atracción por personas de su mismo sexo, ni el derecho que tiene todo ser humano de ser tratado con igual dignidad, independientemente de su orientación sexual.


Aquí el meollo de la discusión es que se pretende cambiar la naturaleza del matrimonio que es la base esencial de la familia: se quiere pasar de una unión --que además es biológica-- entre varón y mujer, y que favorece a los hijos, para equipararla a cualquier unión emocional entre dos personas que pueden ser de diferente o del mismo sexo.


El matrimonio entre un hombre y una mujer es una institución humana fundamental que es anterior a las leyes y al estado. Esencialmente, es una realidad antropológica y sociológica, no legal. Las leyes relacionadas con el matrimonio tan solo reconocen y rigen una institución natural que ya existe, de la cual depende el futuro de la sociedad.


Lo anterior ha sido reconocido incluso por personas que sienten atracción por personas de su mismo sexo. Por ejemplo, Doug Mainwaring, activista político norteamericano, escribió en The Washington Post: “Los que se oponen, como yo, ven el matrimonio como un término inmutable que solo se puede aplicar a heterosexuales. Es innegable que en todas las épocas el matrimonio ha sido el mayor éxito de la humanidad y fuente de prosperidad, atravesando todas las culturas y religiones. No deberíamos manosear eso. Soy gay. Hace años estaba en la otra parte de la barrera en este tema. Pero cuanto más leía, pensaba, investigaba y procuraba defender mi postura, más me daba cuenta de que no podía. Sentía fuertemente que las relaciones gays deben ser apoyadas por la sociedad. Pero, de todas formas, ha crecido mi convencimiento de que no se puede alterar de ningún modo el término “matrimonio”.


Otro que se opone es el famoso actor británico Rupert Everett --quien desde la década de los años 90 dijo ser homosexual--, declaró al The Sunday Times Magazine, que no puede pensar “en algo peor que dos papás gays criando a un niño juntos”.


El experto canadiense, Paul Nathanson (también reconocido homosexual), ha dicho que “debido a que la heterosexualidad está directamente relacionada tanto con la reproducción como con la supervivencia....toda sociedad humana ha tenido que promoverla activamente. La heterosexualidad siempre se fomenta con normas culturales” que limitan el matrimonio a la unión entre un hombre y una mujer. Agrega que las personas “se equivocan cuando asumen que cualquier sociedad puede prescindir del matrimonio”.


Todos ellos han sido insultados e incluso amenazados de muerte por dar su opinión. En Costa Rica sucede algo similar. A quien se manifiesta a favor del matrimonio natural (un hombre y una mujer), se le llama homofóbico, oscurantista, violador de derechos humanos, fundamentalista, nazista, y otros insultos similares.


Esta es la intolerancia de los que irónicamente piden tolerancia. No hay debate. Los insultos e improperios que se reciben no permiten el intercambio respetuoso de opiniones, ideas, o argumentos. ¡Qué lamentable!

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Jueves 12 Septiembre, 2013

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Lic. Alexadra Loría

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