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Opinión

Nomofobia

EDITORIAL

Con el paso del tiempo la tecnología de la información se ha convertido no solo en una herramienta para el estudio y el trabajo, sino también en una forma de vida, igualmente el uso de dispositivos electrónicos, pero dependiendo del caso hay un riesgo latente, aunque no lo parezca. 

El acceso a las tecnologías coloca a los seres humanos en tiempo real frente a cualquier situación a lo largo y ancho del orbe y fuera de este. La tecnología nos permite conocer datos y detalles que antes era imposible, ahora es literalmente a la velocidad de la luz. 

Tanto así que las personas estamos más preocupadas por la velocidad a la que transitamos en la carretera del Internet que en aspectos básicos de la vida diaria.

Nos molesta que nuestros dispositivos electrónicos no se conecten rápidamente, que en las redes sociales que manejamos no fluya información inmediata y ni que decir de los mensajes que nos enviamos unos a otros.

Cuando en la red de redes se presenta una falla local y mundial que nos impide darnos cuenta de lo que sucede nuestra vida toma un giro distinto. 

Hay una realidad incuestionable, pese a que aplaudimos las virtudes de la tecnología, lo cierto es que somos protagonistas y testigos a la vez de una nueva adicción.

Nadie podría imaginar que la necesidad imperiosa de tener entre las manos el teléfono celular pueda ser visto o catalogado como un trastorno.  Pero sí, los expertos la denominaron “nomofobia” y se trata del miedo irracional a salir de casa sin el teléfono móvil.

¿De dónde salió ese término? Es una abreviatura de la expresión inglesa “no-mobile-phone phobia”, acuñado durante un estudio de la oficina de correos británica Royal Mail.

Reconocer a una persona que sufre de nomofobia es sencillo, aseguran los expertos, pues constantemente mira su móvil para ver si ha recibido algún mensaje, roba horas al sueño para sumergirse en las redes sociales, no quiere ir a ningún sitio en el que no haya cobertura, no apaga el teléfono en ningún momento y siempre está pendiente de localizar un enchufe que le permita recargar la batería.

En la actualidad muchas personas no pueden desarrollarse sin tener entre las manos un dispositivo electrónico que las conecte con el ciberespacio. La era de la información supera todas las expectativas y nos pone en otra dimensión relativamente.

No importa la edad, sexo, raza, credo religioso u oficio, el uso de computadoras, tabletas, teléfonos celulares y otros dispositivos electrónicos revoluciona la forma de hacer las cosas y da a la humanidad acceso a todo tipo de información, así como a comunicarla de manera hasta antojadiza, con los riesgos que ello implica.

Estamos frente a otro aspecto negativo que tiene consecuencias en los usuarios. Además del uso y el abuso se podría decir que existe un libertinaje cibernético que nos arroja a consumir y en ocasiones difundir informaciones falsas y dañinas. 

En esta revolución nacen las redes sociales, sitios donde confluyen amigos, familiares, compañeros de trabajo, conocidos y de vez en cuando desconocidos, que en un solo clic se convierten en personas cercanas, conocedoras de detalles íntimos y privados. 

Son el mejor centro de reunión, la vía de comunicación oficial para millones de habitantes que postean sus sentimientos y reflejan sus emociones. Las redes son una vitrina de experiencias y sensaciones.

Hay pocos detalles que la gente ignora cuando penetra en las redes que parecen inofensivas, pero ¡cuidado! Nunca antes todo fue tan público.

Las redes sociales son hoy un foro de convivencia casi exigido a la sociedad, pues quienes no han entrado en la era de los perfiles son catalogados como anticuados, obsoletos y poco tecnológicos. 

Sin embargo aquello que podría ser la máxima expresión de las relaciones sociales, derribando las fronteras y las barreras, es también un arma de doble filo. 

Penetrar en el cibermundo no es tan confiable, la penumbra de los “nicknames” pone en serios riesgos a los usuarios. Las cifras lo demuestran: 30 de cada 100 jóvenes son víctimas de acoso por las redes, según un estudio realizado por Eset Latinoamérica en Bratislava, Eslovaquia.

Se calcula que cada día navegan por el ciberespacio aproximadamente 750.000 cazadores sexuales en busca de presas. La clandestinidad de estos sitios “personales” permite la proliferación de conductas delictivas y con ello la impunidad.

Entrar al mundo de las redes, si bien facilita tareas y permite una comunicación fluida, hoy por hoy es un foro inseguro, tal como lo evidencian expertos en el tema. 

Costa Rica no escapa a esta realidad. Un gran número de menores con acceso a dispositivos electrónicos tiene al menos un 20% de “amigos” a los cuales no conoce, con ellos comparte datos privados, personales y familiares. En pocas palabras, suministra información que puede ser usada en contra de su propia integridad.

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Sábado 21 Septiembre, 2019

HORA: 12:00 AM

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