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Opinión

¿Y la vivienda de la clase media?

EDITORIAL

Las empresas dedicadas al desarrollo urbano y la construcción habitacional no paran de ofrecer sus productos, no solo en eventos masivos, sino también enviando mensajes a celulares, por correo electrónico y hasta por vía telefónica.

El objetivo número uno es captar clientes para venderles casas en urbanizaciones o condominios, torres de muchos pisos, de cientos de metros cuadrados para grandes familias o pequeños estudios para una persona. 

Tener una vivienda propia es para la mayoría de las personas el sueño de su vida, por el cual pasan años, mejor dicho décadas, generando ingresos que les permitan la compra.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), poco más del 30% de la población no posee vivienda propia y opta por el alquiler, cada vez más caro. 

De este grupo al menos un 15% representa la clase media y no hablamos de la que se acerca a la high ni mucho menos, sino del tico promedio, que trabaja todos los días y gana un salario entre los ¢500 mil y ¢600 mil al mes. 

Para los expertos en estudios de población y desarrollo humano eso es suficiente para tener casa propia, carro y lo que denominan un estatus medio en la sociedad nacional, pero en la vida real el panorama es otro. 

Posiblemente por más que se desee estrenar casita en un vecindario promedio en San José, Cartago, Alajuela o Heredia, para decir la Gran Área Metropolitana (GAM), un salario de medio millón de colones ni siquiera suma en una entidad financiera cuando se trata de créditos para vivienda digna, como dicen en los comerciales de las empresas constructoras.

Véalo de esta forma. En una reciente feria de opciones habitacionales ofrecían condominios y viviendas en no menos de $120 mil, que traducido a colones representa una suma aproximada de ¢70 millones. Eso es demasiado dinero para el tico que no es millonario. 

Es innegable, son de ensueño, al menos así se ven en las fotos de las promociones. Además prometen regalías del menaje o descuentos de $1.000, que en ese momento parecen la tabla de salvación, sin embargo el garrotazo se aproxima al momento de sentarse a la mesa con los vendedores. 

El trago amargo de las familias comienza cuando ponen un pie en el lugar del financiamiento. No solo porque exigen mil y un trámites, sino que se debe tener plata en mano para pagar el enganche que exigen los desarrolladores, que también es en dólares, cuando estamos en una economía que sigue trabajando en colones.

Una vez superada esa etapa viene el dolor de cabeza. Para acceder a un préstamo de ¢70 millones hay que ganar al menos ¢1,2 millones, un dineral que pocos reciben en la colilla mensual.

La imposibilidad de comprar algo propio es cada vez más evidente, las parejas hacen ingentes esfuerzos para adquirir una casita y eso implica hasta reducir gastos básicos.

Basta con hacer fila en bancos públicos y privados u otros entes del sistema financiero nacional para darse cuenta de las pocas opciones reales a favor de la clase media.

En este momento es casi imposible para este segmento de la población acceder a créditos hipotecarios, que están ingratamente sujetos a la disposición de las entidades financieras que hoy siguen con tasas de interés altísimas, condiciones y tramitología complejas, además de un costo del dólar poco estable.

Entonces si los desarrolladores y urbanistas conocen lo complejo del tema, ¿por qué no optan por ofrecer alternativas más económicas? Una familia de clase media no requiere grandes lujos, sí comodidad y seguridad, pero eso es fácil de resolver. 

La idea no radica en casas que tengan rancho para barbacoas, piscina, jardines, cocheras para tres carros, tina, azulejos de ¢12 mil la pieza y demás lujos, la propuesta debe enfocarse en ofrecer soluciones cómodas pero accesibles.

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Martes 23 Julio, 2019

HORA: 12:00 AM

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