A diario recibimos relatos como este: “Mi mamá tuvo un derrame y no puede valerse sola. Los cuatro hermanos dijimos que entre todos nos íbamos a encargar de ella, pero ninguno ayuda en lo económico ni cuidándola. Mis hijos y hasta mi esposo tienen que velar por ella y esto ha sido un caos familiar, y ni que decir en el plano de pareja”.
Debemos recordar que hoy, debido a que la población vive más años, la mayoría de nuestros padres felizmente alcanza las octava y novena décadas. Desde luego, en estos años se requiere el auxilio de los hijos para cubrir esas necesidades especiales que condicionan la edad. Acorde a la situación, los cuidados de una persona mayor pueden resultar una labor titánica.
Se comprenderá que la tarea es más fácil y gratificante cuando todos aportan. Las familias sabias saben repartir las funciones del cuido, se sienten realizadas como personas y se benefician de todos los aportes que brinda la persona mayor. Unos dan dinero, otros dan tiempo, otros velan por el cuidado, algunos hacen los trámites y se encargan de los medicamentos o se van rotando estos deberes con el fin de aligerar la carga.
Sin embargo hijos que olvidan a sus padres, que los relegan en el día a día con el agravante que no velan por sus necesidades, que evaden cualquier aporte económico, que discuten y pelean cada cinco posible, y alegan que no disponen de tiempo, es un panorama cada vez más frecuente en la sociedad occidental.
El problema es mayor porque esta situación nos ha tomado por sorpresa y la sociedad y sus instituciones apenas están reaccionando. Esta inercia es entendible porque el colectivo social ha quedado perplejo porque, sobra decir, hace unas cuantas décadas era inimaginable ver padres en abandono, y hoy que abundan por doquier nos cuesta asimilar tanta crueldad.
Cuando ningún familiar quiere asumir la responsabilidad la situación se vuelve compleja. No son pocos los que optan por dejar que sus padres “se las arreglen solos”, otros poco hacen por ayudarlos, parece no importarles que un ser querido pase necesidades. Más cruel aquellos que hasta permiten que queden en la indigencia, y esto sucede en todos los estratos sociales, incluso en las clases altas, lo que revela que el descuido y el desamor no son por falta de dinero, sino por la mezquindad que suele acompañarse de olvido.
Ante este panorama también se ha hecho común que un hijo sensible con el fin de evitar tanta crueldad opte por lidiar con toda la responsabilidad. Lleva a sus padres a su casa, paga sus gastos y cubre sus necesidades, tanto físicas como afectivas. Claro está, el precio es alto porque una labor que corresponde a todos los hermanos se centra en uno solo, con todo lo que eso significa.
Desde luego, en estas circunstancias es común que se pierda cierta privacidad, se esfume el tiempo libre, se requiera hacer más gastos y entre noches y desvelos el agotamiento aflora y muchas de las vivencias de pareja se ven restringidas. La situación es más crítica ahora, cuando tantas familias andan con los presupuestos ajustados, mientras el resto de los hermanos “no tienen tiempo” ni para pasar a la farmacia por un medicamento.
Afortunadamente hoy contamos con todo un respaldo jurídico que dicta que los hijos deben velar por sus padres. Desde luego que la ley no puede obligar a esos desalmados a querer, cuidar y proteger a sus progenitores, pero al menos sí los obliga a dar una pensión. De tal forma que el espíritu de la ley gravita en el sentido que los padres cuenten con el aporte económico de sus hijos para que nos les falte nada material cuando llega la vejez.
PERIODISTA: Redacción Diario Extra
CRÉDITOS: Dr. Mauro Fernández Mundo Sexual
EMAIL: [email protected]
Lunes 22 Julio, 2019
HORA: 12:00 AM
SIGUIENTE NOTICIA