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Opinión

Ahora, el proceso civil

Juan Luis Mendoza

Jesús ha sido condenado ante el tribunal religioso del Sanhedrín. Pero, y como lo advierte el Padre Larrañaga, “si el Procurador romano no ratificaba la sentencia, todo el complot que habían tramado se les venía abajo. Necesitaban obtener el visto bueno del Magistrado romano, lo que era posible conseguir solicitando al Procurador que ratificara, como una gracia, la sentencia dictada por el Sanhedrín, o iniciando un nuevo proceso ante el tribunal romano”. Usted puede leer Mateo 27,1-31 y los textos paralelos de los otros sinópticos y Juan 18,21-40; 19,1-16. Aquí resumiré el contenido, que es mucho.
Y hay que empezar afirmando que, para la autoridad romana, las razones religiosas son irrelevantes; solo valen las que tengan que ver con la delincuencia común o la política.
No obstante, con una inusual solemnidad, el Sanhedrín en pleno se traslada al pretorio llevando consigo, como reo, a Jesús. Se supone que, en este caso, el pretorio de Pilato se instala en la fortaleza Antonia, en cuyo interior hay un amplio patio, rodeado de pórticos.
Ahí llegan los sanhedritas. Pilato sale a su encuentro y, echando una mirada general sobre el grupo, se fija especialmente en Jesús que tiene todo el aspecto de ser el acusado, un pobre hombre: amarrado con cordeles, maltratado, sin dormir, sin alimentarse…
A Pilato no le parece Jesús un delincuente, sino un hombre inofensivo. No obstante, pregunta qué acusación traen contra él. Sin mejores argumentos, salen con que, si no fuese un malhechor, no se lo hubieran entregado. El Procurador, al percatarse de que se trata de asuntos que nada que ver con él, se desentiende del problema, indicándoles que se lo lleven y lo juzguen ellos.
Pero, de acuerdo con los convenios establecidos entre Roma e Israel desde el tiempo de Pompeyo el Grande, pueden castigar a un delincuente, pero no matar a nadie, lo que se llama “ius gladii”, derecho de espada. Por la reacción de los sanhedritas, los acusadores lo que buscan es matarlo. Y, por motivos religiosos no lo logran. Hay que pensar en otra cosa; por ejemplo, la seguridad del Imperio. Y de ahí que aseguren que Jesús ha prohibido pagar tributos al César; se autoproclama Mesías, es decir, Caudillo de Israel; con frecuencia perturba a la nación…
Aquí, sí, a Pilato le entra el interés por velar por el orden y seguridad nacional, e invita al reo a dialogar con él. Le recuerda que, según se oye por ahí, se declara Rey. ¿En qué sentido? Por su parte, Jesús quiere saber si lo que pregunta es por cuenta propia o por los dichos de otros.
Pilato no es judío, le advierte; y lo que está haciendo es para cerciorarse del motivo por el que ha sido apresado y los cargos que le imputan. Jesús le replica que sí es Rey, pero en otros términos de lo mundano. Lo es de un orden superior, de un Reino que no es de aquí… Y, dentro de ese ser Rey, está principalmente el hecho de dar testimonio de la verdad. La verdad, se queda pensando el Procurador: “¿Y qué es la verdad?”.
Los sumos sacerdotes y demás del Sanhedrín intervienen ante Pilato para que no se les escape la oportunidad y arman un gran alboroto, mientras, como lo atestigua Marcos, “lo acusaban de muchas cosas” (Marcos 15,3). El Magistrado, que está convencido de la inocencia de Jesús y quiere liberarlo, le pide que lo ayude a salvarlo de la muerte: “¿No respondes nada? ¿No ves de cuántas cosas te acusan?” (Marcos 15,4). El mismo evangelista nota: “Pero Jesús no respondió nada, hasta el punto de que Pilato se quedó extrañado” (Marcos 15,5).
De Pilato a Herodes. Usted puede leer Lucas 23,8-12. Herodes Antipas, Tetrarca de Galilea, está por aquellos días en Jerusalén con motivo de la Pascua. Al enterarse de que Pilato le remite a Jesús para ser juzgado, “se puso muy contento, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera” (Lucas 23,8). Al comparecer Jesús, Herodes le formula varias preguntas, pero el Pobre de Nazaret no le responde nada, ni siquiera lo mira. Decepcionado y humillado, se venga sometiéndolo delante de toda su corte a una serie de vejámenes, “burla y desprecio” (Lucas 23,11). Llevando las mofas al extremo, ordena que lo cubran con un “espléndido manto” (Lucas 22,11), sin duda viejo y raído, y así se lo devuelve a Pilato, que en este momento se debate en su condición de magistrado y político. “El magistrado, advierte el Padre Larrañaga, sabía que debía liberar a Jesús de la pena de muerte; el político no podía olvidar que esta solución podría acarrearle consecuencias imprevisibles ante las autoridades de Roma”. ¿Qué hacer? “Convocó, pues, Pilato a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, y les dijo: Me han traído a este hombre como un alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de ustedes, y no he hallado en él ninguno de los delitos de los que le acusan” (Lucas 23,14).
Por la Pascua, se solía liberar a algún preso, de acuerdo con el parecer del pueblo. Pilato propone a dos: a Barrabás y a Jesús. La gente opta por que suelten a Barrabás. Y así se hace, mientras el Procurador de Roma se lava las manos gritando: “Yo me declaro inocente de la sangre de este justo. ¡Allá ustedes!” (Mateo 27,24).
En manos de los soldados romanos, Jesús es sometido a toda clase de ultrajes: lo desnudan, lo atan a la columna, se mofan de su condición de Rey, lo coronan de espinas, lo golpean, lo escupen…
Por su parte, Juan 19,12, insiste en que “desde este momento, Pilato buscaba liberarlo”. Los sanhedritas lo derriban definitivamente al recordarle: “Si sueltas a este, no eres amigo del César; todo el que se hace rey, se enfrenta al César”.
El Padre Larrañaga concluye: “En el valle quedarán ruinas desoladas y espectros; pero, allá, en lo alto, entre las profundidades de la vida y los abismos de la muerte, el Amor cantará la victoria final sobre la muerte”.

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Sábado 21 Abril, 2018

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