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Opinión

A mis hijos los educo yo... y luego el Estado

Fabricio Alvarado*

El pasado sábado 22 de julio de este año, la capital se vio copada por miles de costarricenses que, al unísono, se manifestaron a favor de la vida y de la familia, como fundamentos de la sociedad. El evento, organizado por la Federación Alianza Evangélica Costarricense, congregó ciudadanos de todas las confesiones religiosas, incluidos católicos y evangélicos de todas las denominaciones, así como aquellos que, sin tener una fe particular, creen en la importancia de proteger estos valores supremos del ser costarricense. Fue un evento pacífico y respetuoso, caracterizado por la presencia de muchas familias, siempre en el contexto de una sociedad democrática y pluralista como la nuestra. 

Sin embargo, algunas voces de la intransigencia y el odio han salido al paso a descalificar y denigrar la reunión, mostrando un bajísimo grado de tolerancia y respeto de los que no piensan como ellos. Los ataques hechos a la concentración han sido múltiples y se han caracterizado por denigrar, ofender e infravalorar los principios de los miles de costarricenses que participaron en la ciudad capital, o bien de los cientos de miles de ciudadanos que simpatizan con aquellos desde sus vidas cotidianas. En las redes sociales, los memes, los insultos, la altanera y prepotente actitud de los agentes más recalcitrantes de la intolerancia francamente nazi-fascista y, aún, las amenazas de boicot a la concentración, inundaron el ciberespacio desde varios días antes y después del evento. 

El objeto de mayor mofa y confusión ha sido el tema de la educación sexual de nuestros hijos e hijas. En los días preparatorios y en la celebración misma de la concentración de comentario, se acuñó el lema “A mis hijos los educo yo”, a propósito de ciertas aprehensiones que algunos ciudadanos tenemos de la política de educación sexual promovida por el Ministerio de Educación Pública. Sin embargo, como es lo común en las posturas fanáticas y radicales, la mentira y la injuria se han convertido en el arma principal de estos grupos, con el fin de burlarse de unos cuestionamientos totalmente válidos y necesarios, en una sociedad pluralista como la nuestra. Se ha dicho, con toda la mala intención, que los que participamos en el evento estábamos en contra de la educación sexual y, junto con los memes injuriosos y denigrantes que empezaron a circular, se argumentaron algunas estadísticas y hechos sociológicos que reflejan la “bancarrota” de la educación sexual en el hogar, sobre todo, el embarazo adolescente, que ya tiene connotaciones de epidemia nacional, la proliferación de las enfermedades de transmisión sexual y los mitos que sobre la sexualidad parecen pulular entre nuestros jóvenes.

Es más que evidente que se trata de una burda mentira mal intencionada, que lleva al engaño al pueblo, que cae en la trampa. ¡Cuán absurdo es que gente civilizada se oponga a los esfuerzos del Estado por promover la educación sexual de sus hijos e hijas! ¡Qué tontería más grande es que algunos sectores de la sociedad van a organizar una marcha para exigirle al Gobierno que no imparta más educación sexual a nuestros jóvenes! ¡Qué malintencionada actitud se manifiesta detrás de semejantes aspavientos de mentira y falsedad! Porque lo peor de todo es el enorme eco que este mensaje falaz ha tenido entre miles de ciudadanos, en redes sociales, y en los medios de comunicación masiva.

Los que participamos de la marcha, no solo creemos que el Estado no debe dejar de cumplir con la función que le corresponde en materia de educación sexual, sino que lo consideramos su obligación moral y política. Porque desde luego que no objetamos la educación sexual impartida por el Estado, lo que cuestionamos es el enfoque que subyace a la política oficial, y el papel de los padres de familia y los encargados de las personas menores en ese esfuerzo. Y es que, en una sociedad democrática, que tutela los Derechos Humanos, la patria potestad de los padres y tutores de los niños, niñas y adolescentes deben tener preeminencia sobre las actuaciones del Estado, de tal manera que los aspectos que se ventilan en temas moralmente sensibles deben ser coordinados entre padres y autoridades públicas, con el fin de que sea el esfuerzo conjunto, y no solo el de una parte, el que cree las condiciones de una verdadera educación integral. Pero si el Estado va a impartir una forma de educación moralmente significativa, como es el caso de la sexualidad humana, sin consultar, ni coordinar con los padres de las personas menores, apelando a una supuesta “imparcialidad” o la “visión científica” de las cosas, entonces una política tal se acerca más a las prácticas de los Estados totalitarios, antidemocráticos y peligrosos.

En materias moralmente sensibles, como la educación religiosa o la sexualidad humana, por ejemplo, los padres y los tutores de las personas menores tienen el derecho no solo a opinar sobre la educación que reciben sus hijos e hijas, sino que, además, tienen prelación sobre lo que el Ministerio de Educación quiera enseñar. Y es que, obviamente, no objetamos la educación sexual que aporta el Estado, lo que no aceptamos es que el Estado, bajo el pretexto de su supuesta “imparcialidad” y “cientificidad”, lo que patrocina es una política de adoctrinamiento ideológico que quiere borrar de golpe las tradiciones morales que no coinciden con los postulados de ciertos grupos. Una política verdaderamente integral de sexualidad debería plantear todos los puntos de vista válidos en una sociedad democrática, con el fin de que los educandos comprendan y evalúen, como personas autónomas que son, las diversas aristas existentes y sus fundamentos éticos asociados; pero no se vale que sólo se imponga un punto de vista y se oculte y minimice el resto, sin ningún reparo. 

El “Programa de estudio de educación para la afectividad sexual integral” que fundamenta el currículo educativo en la materia, nos deja entrever que no hay neutralidad en la política oficial y que el Estado, de manera antidemocrática, está promoviendo una visión del mundo muy parcializada: por ejemplo, la promiscuidad sexual como un valor positivo para las futuras generaciones. De esta forma, algunos conceptos centrales de la sexualidad humana, como la fidelidad, la familia, la abstinencia y el matrimonio, por ejemplo, son sacados de la ecuación y son enviados al cajón de los desechos ideológicos, cuando deberían ser presentados conjuntamente con otros valores más liberales y abiertos, que son los únicos que abraza el programa. Quizá por ello, un documento de más de 97 páginas, sin una sola fuente bibliográfica que respalde su contenido, y que se adhiere a una visión parcializada de la sexualidad humana que deja por fuera otros aspectos decisivos desde el punto de vista ético y práctico, solo menciona el concepto de “matrimonio” en dos ocasiones, una relacionada con el incesto, y la otra con mitos y estereotipos relativos a la sexualidad. Ante semejante evidencia, yo no tengo empacho en concluir que “A mis hijos los educo yo… y luego el Estado”.

 

*Periodista y Diputado 

de Restauración Nacional

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Jueves 17 Agosto, 2017

HORA: 12:00 AM

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