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Opinión

¿Quién querrá defraudarnos?

Franklin Carvajal Bejarano*

El 25 de enero recién pasado se reunió en Punta Cana, República Dominicana, la V Cumbre de la  Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, (CELAC), organismo regional creado cinco años atrás para coordinar y promover acciones conjuntas entre las 33 naciones que lo conforman.

Cinco días antes había tomado posesión en Washington Donald Trump en medio de contundentes manifestaciones de repudio en todo el territorio norteamericano, y que también sacudieron capitales y ciudades a lo largo del planeta.

En ninguno de los documentos aprobados por esa Cumbre se hace mención alguna del nuevo inquilino de la Casa Blanca, pese a que Trump desde el momento mismo en que asumió la candidatura del Partido Demócrata, en julio del 2016, radicalizó sus diatribas xenófobas y racistas, dirigidas fundamentalmente contra los mexicanos, pero que nos involucraban a todos quienes habitamos al sur del Río Bravo. 

Entendemos que este tipo de organismos como la CELAC reaccionan lentamente, y las agendas de sus “cumbres” se pactan con mucho tiempo de antelación, pero a la Casa Blanca no arribaba un presidente más de los Estados Unidos, sino un individuo que a lo largo de su campaña no había escatimado ocasión para vomitar su desprecio a todo lo que significara “latino”.

Ha pasado un mes desde que el magnate ubicara sus posaderas en el Despacho Oval y no ha parado su verborrea, acompañada ya de acciones concretas que tienen al mundo al borde del paroxismo. Algunos dan razones para sostener que el nuevo mandatario acusa problemas de naturaleza siquiátrica, otros lo ven como émulo contemporáneo de aquel individuo de bigotillo que destruyó Europa y generó una catástrofe mundial en la primera mitad del siglo pasado, y las acciones de protesta y desprecio no dejan de sucederse en capitales y ciudades del mundo entero. Pero las cancillerías latinoamericanas y caribeñas parecen no enterarse de la gravedad de la situación.

Es cierto que las normas de la diplomacia son muy rígidas y burocráticas, pero no obligan a tanto silencio, ni siquiera para expresar, al menos, algún tipo de preocupación o inquietud por lo que está diciendo y haciendo el señor Trump, y que nos involucran directamente, porque las amenazas no solo van dirigidas contra México y los mexicanos.

En esa Cumbre de la CELAC, específicamente en el punto 50 de su Declaración Política, se abordó el tema de la migración, donde perfectamente pudo haberse anotado, al menos, la preocupación por las manifestaciones del presidente norteamericano, pero nada ocurrió. Entonces, hay sobradas razones para olfatear con recelo  ese silencio, que puede ser de miedo o de cálculo, pero en todo caso inaceptables en las dos circunstancias.

Pese a todos los fenómenos de  globalización, que en el plano comercial se materializan en apertura de fronteras y tratados de libre comercio, y que América Latina ha aumentado significativamente su comercio con Asia, particularmente con China, lo cierto es que Estados Unidos sigue siendo el socio comercial principal de todos nuestros países, tanto en exportaciones como en importaciones.

Al mismo tiempo, dado su peso mundial y su herencia de “gendarme”, los Estados Unidos han tenido a los largo de los años una influencia determinante en organismos internacionales que manejan líneas de crédito y de cooperación, y que tienen que ver también con el respeto y la vigencia de los Derechos Humanos y las libertades ciudadanas.

Para algunas naciones del continente, particularmente de Centroamérica y México, el tema migratorio y de las remesas es vital para garantizar la subsistencia de millones de sus habitantes, y la estabilidad misma de los países. Una expulsión masiva de mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños y hondureños del territorio estadounidense creará una crisis de dimensiones continentales. Así es  como hay que ver esta realidad y actuar en consecuencia.

Por lo tanto, ya  es hora de que se hubieran advertido manifestaciones conjuntas de preocupación y de denuncia sobre la catástrofe que impulsa Trump y que se está  cerniendo sobre esta parte del mundo.

Es inadmisible que, a estas alturas, cuando se han fomentado las acciones de deportación contra mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños y nicaragüenses, no se haya efectuado ni una sola reunión de los presidentes de esos países, o de sus cancilleres, para coordinar acciones conjuntas en defensa de sus compatriotas perseguidos.

Por debajo. Quizás ni siquiera en tiempos de la Guerra en Vietnam ningún gobierno norteamericano había estado tan aislado y condenado como esta Administración que recién inicia. Por ello, es válido suponer que en despachos de la Casa Blanca se deben estar al menos elaborando líneas de acción para romper ese cerco, ganar aliados o al menos neutralizar condenas.

Es dable también pensar que, de ha callado, sin hacer crujir el piso, desde algunas cancillerías latinoamericanas se podría estar  buscando rendijas secretas que comuniquen con Washington para alcanzar unilateralmente algunas ventajillas, a cambio de no promover ni sumarse a algún movimiento continental en contra de Trump y sus políticas.

El pasado viernes, el presidente de Perú, conocido como PPK, estuvo por 15 minutos “face to face” con Trump. Según medios de prensa peruanos, ambos mandatarios pasaron revista a temas del momento y de la relación entre los dos países. No trascendió que PPK le hubiera hecho ninguna recriminación ni observación a Trump, pero sí palabras de éste celebrando la compra “importante” de armas de Perú a Estados Unidos, que quedó amarrada con la visita del presidente peruano. 

El presidente Macri de Argentina, primero, y recientemente Arévalo, de Panamá, dieron cuenta de un diálogo “ameno” que sostuvieron con el mandatario norteamericano vía  telefónica, calificado por ambos como “positivo”, y que incluyó una invitación a visitar la Casa  Blanca. Por supuesto, todos los países y sus mandatarios tienen derecho a sostener relaciones con quien lo tengan a bien, pero en la coyuntura en que estamos, y en la relación directa con Trump, debe primar en primer término una actitud y una solidaridad  latinoamericana, empezando por quienes ya están sufriendo los embates de las acciones persecutorias de Trump.

Los días pasan. En suelo norteamericano el miedo consume a los latinos indocumentados que salen de sus hogares sin tener certeza del retorno, pero los gobiernos al sur del Río Bravo y en el Caribe, no dicen nada. Hay razón para preguntarse, ¿y ahora quién querrá defraudarnos?

 

*Periodista

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Martes 28 Febrero, 2017

HORA: 12:00 AM

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